Euromillón

Una de las preocupaciones que tenían algunos españoles durante el confinamiento era que no podían hacer la Primitiva. Les daba igual que se suprimieran los funerales o se cerraran los museos

28 septiembre 2020 07:40 | Actualizado a 28 septiembre 2020 07:55
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El gusto, o la afición, por los juegos de azar ya se había incrementado antes de que se nos descompusiera el reloj de este tiempo extraño, pero el deseo de que ocurra un milagro en nuestras apuestas se ha vuelto un acto tan redentor como encontrar la salida en un laberinto. Una de las preocupaciones que tenían algunos españoles durante el confinamiento era que no podían hacer la Primitiva. Los números a los que llevaban empujando semana tras semana durante años se les quedaban grabados en el cerebro sumiéndoles en un nerviosismo obsesivo que les carcomía. Les daba igual que se suprimieran los funerales o se cerraran los museos; lo que querían era apostar a esos números que sostenían la fe de revertir su vida en un puñetero sorteo.                      

El otro día vi una cola disciplinada, heterogénea y silenciosa a lo largo de una calle donde hay un conocido establecimiento de Loterías y Apuestas del Estado. Las colas, que empiezan a ser algo común en panaderías, supermercados y desde luego en los ambulatorios, ya no extrañan, pero allí no había nada de primera necesidad y eso me llamó la atención. Pasé de largo, pero a medida que me alejaba pensé, envuelta en rabia y en tristeza, que este país, tan enganchado al azar, a la improvisación y a la justificación de la ignorancia y la pasividad, seguirá a la cola de Europa unas cuantas generaciones si seguimos contando las olas de este campeonato mundial de ‘surfervivencia’.    

Los números a los que llevaban empujando semana tras semana durante años se les quedaban grabados en el cerebro sumiéndoles en un nerviosismo obsesivo que les carcomía

Me gustaría dar un par de bofetadas de esas que daban las madres antes de que pudieran acusarlas de malos tratos. Se las daría a ellos, a los prepotentes que nos dejan a solas con el azar, cuando los elegimos y pagamos para gestionar. Esas bofetadas públicas, con la mano abierta en la mejilla, sin intercambio alguno de palabras, humillantes, precisas y tan acertadas que te destronaban del lugar al que te habías subido sin permiso. ¿Cómo que te reúnes para acordar reunirte? ¿Cómo que los expertos son técnicos simples y molientes? ¿Cómo que los demás países esconden sus cifras y sus muertos más que nosotros?    

Afortunadamente, unos metros más adelante me encontré con un amigo al que le hablé del azar desconociendo que él era de los que hacían cola para la Primitiva. Él también estaba indignado. Al parecer el rey de las apuestas es el Euromillón, una lotería en la que participan varios países de la Unión Europea, y que él supiera, Reino Unido seguía participando. «No hay derecho, nos están dando por ahí con el ‘brexit’ y luego se llevan el Euromillón». Estaba a punto de decirle que también la vacuna de Oxford, pero me callé aceptando que soy de letras, pero que la vida es de números.

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