Europa, entre la Covid y la esperanza

Hubo un momento muy peligroso para la cohesión europea. Fue al principio del confinamiento, cuando los países de la UE, movidos por el pánico, acopiaron, excluyendo a los demás, material médico para combatir la pandemia

20 enero 2021 09:20 | Actualizado a 20 enero 2021 09:47
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El 2020 ha sido un annus horribilis por el coronavirus, hasta el punto de ser rebautizado, con ironía, dos mil vete. Y ha afectado con especial virulencia a los países de la UE, algo lógico si tenemos en cuenta que la densidad de población y la movilidad son factores que producen un caldo de cultivo ideal para la transmisión del bichito.

Y hubo un momento especialmente peligroso para la cohesión europea. Fue al principio del confinamiento, en la primera mitad de la primavera pasada, cuando los países de la UE, movidos por el pánico, acopiaron, excluyendo a los demás, material médico para combatir la pandemia. Fue un sálvese quien pueda, el campi qui pugui catalán, el América primero de Trump. Aunque a juzgar por lo que se vio después, esa fue una reacción primaria, instintiva, consecuencia del miedo a lo desconocido. Pero luego se impuso la reacción cerebral y se volvió a la racionalidad, al todos a una, o casi.

Y ese ha sido, paradójicamente, el sino de la UE desde que se fundó. Un continuo tejer y destejer, a lo Penélope, vaya.

Tejieron los padres de la Europa moderna (Adenauer, Monnet, Schuman, De Gasperi…) que, espantados por la tragedia de la Segunda Guerra Mundial que acababan de vivir, procuraron sembrar la concordia donde solo había odio y tender puentes para que aquella barbarie no se repitiera. Y tejieron también sus continuadores (Delors, Helmut Kohl, Felipe González…). La labor que esparcieron fue fructífera y variada. Hermanamientos entre ciudades, que acercaron a sus conciudadanos con vínculos fraternales (Tarragona puso su granito de arena en ese campo). Programas de Erasmus para jóvenes estudiantes, futuros dirigentes europeos, cuya relación entre sí generaría confianza y diálogo que excluirían los comportamientos belicosos, amén de que uno no declara la guerra a un país que le ha acogido y estima. Pero el éxito más importante fue la creación de la UE que, con la filosofía de los vasos comunicantes, extendió el progreso y el bienestar a todos los países. Y su punto álgido fue la implantación del euro, hace ahora diecinueve años.

En paralelo, hubo factores que destejieron, o con potencialidad para hacerlo. En primer lugar, la actitud de la Gran Bretaña hacia la unión de Europa. Al inicio, reacia. Después, aceptando su ingreso en la UE, no por convicción, sino para no perder eventuales ventajas que le pudiera reportar, pero con un pie dentro y otro fuera. Y al final, el Brexit, una retirada de los británicos hacia las islas que les mantendrá de espaldas al continente. No me extrañaría que el Reino Unido se convierta en el futuro en el paraíso fiscal más grande del mundo. En segundo término, destejer fue también la receta aplicada por la UE para afrontar la crisis económica del 2008: austeridad en lugar de expansión, lo que supuso sangrar –en lugar de inyectar- a los países del sur, generando antieuropeísmo en no pocos de sus ciudadanos. En tercer lugar, a destejer tendían sin duda los embates de Putin o Trump contra la UE en los últimos años, para erosionar su progresión. Y, por último, también pudo destejer el procés catalán, aunque no fuera esa la intención de los dirigentes independentistas que enarbolaban la bandera. Si, como pretendían, Catalunya se hubiese independizado, los veintisiete países que hoy forman la UE podrían, por el efecto dominó, multiplicarse por tres en una década. En derecho internacional el precedente tiene singular importancia. Y un fraccionamiento tan brutal no solo comprometería la gobernabilidad de la Unión, sino su propia existencia.

Volviendo a la pandemia, ¿cómo afectará la Covid-19 al europeísmo y a la cohesión de la UE? En mi opinión, positivamente. Saldrán reforzados. Y hay varios síntomas que apuntan en esa dirección.

De entrada, la lucha común y la victoria contra el bichito ha sido un baño europeizante y de sentimiento de comunidad. De hecho, la lucha entre los miembros de un país divide y genera odio. Por el contrario, la lucha contra un enemigo externo, común, cohesiona. Por otro lado, la Unión ha aprobado fondos de ayuda para reparar los daños económicos y sociales causados por el coronavirus, por cantidades mareantes, una parte de los cuales los recibirá España. Y algunos de ellos sin devolución, es decir, la filosofía opuesta a la adoptada en la crisis de 2008. Otra inyección considerable de europeísmo ha sido la gestión conjunta y solidaria de la vacuna contra el coronavirus y su distribución, dentro y fuera del territorio comunitario, que a la vez genera seguridad y tranquilidad ante futuras pandemias.

Queda un último factor, que aunque intangible en parte, ayuda al sentimiento europeo: el auge de la doble nacionalidad que se está produciendo entre países de la UE en los últimos años. Muchos europeos viven en un país que no es el suyo, y lo aman como si fuera propio. Pero si adquieren la nacionalidad, pierden la suya. Y esta ha sido la pauta seguida tradicionalmente por los países, lo que resulta insatisfactorio para los ciudadanos afectados. La disyuntiva la soluciona la doble nacionalidad, cuyo auge puede ser en el futuro la base de una ciudadanía europea compartida. En ese sentido, en noviembre pasado se aprobó un convenio de doble nacionalidad entre España y Francia, el primero que firma nuestro país con un Estado no perteneciente al ámbito iberoamericano, Guinea Ecuatorial y Filipinas. La noticia pasó casi desapercibida por la pandemia, aunque no quizás para los más de 275.000 españoles residentes en Francia, y los 125.000 franceses que viven en España.

Quienes hemos vivido las épocas extramuros e intramuros en la UE somos conscientes de las ventajas de estar dentro. Si el modelo de vida europeo es uno de los más envidiados en el mundo, por algo será. Algo tendrá el agua cuando la bendicen.

Salud y vacuna para el 2021. ¡Y a tejer!

Paco Zapater: Abogado. Licenciado en Derecho por la Universitat de València, Paco Zapater es uno de los abogados más conocidos de Tarragona. No solo porque ejerce desde 1980 sino también por su implicación en la sociedad civil. Fue Síndic de Greuges de la URV y concejal de Relacions Ciutadanes del Ayuntamiento de Tarragona. 

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