Gárgaras con vodka

19 noviembre 2020 09:20 | Actualizado a 19 noviembre 2020 09:38
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Todos mentimos gracias a dios y el mundo sigue rodando. Si usted levantara la vista y le dijera al primero que ve lo que realmente piensa, habría bofetadas por las calles. La mentira es una de las columnas de nuestra civilización y llamar a las cosas por su nombre es sinónimo de soltar verdades como puños.

Cuando recibimos la noticia de que la presidencia del Gobierno creaba un comité de la Verdad pensamos, ingenuamente, que ya era hora de prohibir la verdad para que se recupere. Solo en tanto somos educados y bondadosos nos cuidamos de mencionar a esa Señora acorralada que esgrime un puñal, pues escupir una verdad de la buena puede herir más que la peor de las falacias.

Esta pandemia nos ha sorprendido dando los primeros pasos en el mundo digital y hemos sido tantas veces engañados que recelamos de cualquier vídeo, audio, noticia, artículo o archivo, incluso oficial. Nos sentimos indefensos ante la desinformación en general y, en particular, por la recibida del coronavirus.

No es un tema baladí, se ha demostrado con el Brexit o Trump que las masas son manipulables por empresas que cultivan datos personales al servicio de los políticos, aunque realmente se perseguirán las fake-news. Como al autor de un tuit quien se hizo pasar por El País y, para deshonrar a la presidenta de la Comunidad de Madrid, puso en su boca unas palabras captadas a micrófono abierto que muchos podríamos reproducir con las nuestras: «Todo el día con la pandemia, ya me tenéis hasta el coño».

Ante la falta de información clara, veraz, coherente y contrastada, y la manera oficial de proporcionar los datos de la pandemia, muchos hemos perdido toda confianza, incluso en nuestro juicio. Demasiada velocidad para la reflexión o un pensamiento crítico, estamos infectados por tal desinformación que ha recibido el nombre de infodemía.

No sabemos el origen del virus, aunque se sigue hablando de finales en Wuhan, está en aguas residuales o en sangre desde principios de 2019. Tampoco si fue creado en un laboratorio chino a partir del esqueleto previo de otros virus, como afirman varios epidemiólogos, pero viendo los datos económicos y sanitarios, hay quien sospecha que es militar.

Nosotros nunca hemos entendido por qué no se puede comprar test sin tener contactos, no solo por privarnos de un derecho fundamental, el de preservar la vida, sino por los muchos contagios y muertes que habrían evitado desde julio que ya lo tenía un camping. Otros creen que esta crisis ha sido ideada para sumirnos un estado de terror y últimamente vaya si lo están consiguiendo mostrándonos a la hora de la sopa el horror de la enfermedad o sus secuelas. “Hoy enterramos a la abuela” es la última campaña publicitaria.

Hace pocos días desde el puerto de Tarragona saltó una noticia macabra, desmentida por la Autoridad portuaria. Un varón adulto grabó con el móvil unos hornos industriales de biomasa para la deshidratación de forrajes dispuestos para embarcar hacia Rumanía. Y, como si se tratara de los crematorios nazis recién desembarcados para el exterminio de judíos, dijo en el vídeo “«Acojona bastante, aquí hay una previsión de muertos importante».

Otro coronabulo afirma que un profesional, tomando muestras para una PCR, ahora se meterán el hisopo entre los propios alumnos, introdujo la torunda por ambas cavidades nasales de manera demasiado profunda perforando el cerebro de una paciente por cuya nariz comenzó a salir líquido trasparente cefalorraquídeo. La noticia, cierta, sucedió en Iowa, es falsa, oculta que padecía un meningocele no diagnosticado. Pero nos sirve para imaginar el estado de salud de nuestra pobre Señora cuando el propio verificador de datos (fact-check), no las tiene todas al desmentirla: «No diré que no pueda pasar».

Entre las noticias totalmente falsas, circuló seis meses por la red, una real del gobierno quien afirmaba no poder rebajar el IVA de las mascarillas por imposición de Europa. O, por aportar algo, no lo prueben con los niños, el virus SARS-CoV-2 tiene una membrana exterior lipídica que podría perder su poder de adherencia haciendo gárgaras con un vodka gélido que, de paso por el esófago, te deshace el nudo en la garganta.

La verdad, además de un hecho comprobable científicamente que tampoco es el caso del remedio de los chilis, es un principio aceptado por un grupo. Y como no queda un medio de comunicación nacional neutral, el comité de la Verdad servirá para imponer la tuya. Don Juan Felipe Higuera, catedrático de Derecho penal, en este diario regional, abogaba por perseguir las noticias falsas, pero apostando por su tipificación y que sean los jueces quienes determinen los límites de la libertad de expresión. La verdad muta, está en función de la ideología y, en esa acepción, ausente de contradicción, su aspecto depende del color con que se mire.

Dice el psicoanalista peruano Moisés Lemlij, que en campaña electoral el sincero (Vargas Llosa) es barrido por el mentiroso (Fujimori). La mentira forma parte inherente del discurso político y quienes han creado el comité de la Verdad se opusieron a que lo hicieran sus oponentes, y ya han ocultado datos sobre su génesis. Considerar la verdad cuestión de estado y dejar su apreciación en las manos sucias de embusteros profesionales, suena a broma pesada. Será el harakiri de esa Dama tan delicada que merecía este homenaje.

Juan Ballester: Escritor y editor afincado en Tarragona, autor de obras como 'El Efecto Starlux' y, más recientemente, 'Ese otro que hay en tí'. Impulsor del premio literario Vuela la cometa.

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