Gobierno y felicidad de la nación

Hemos gastado más de lo que debíamos y por ello tenemos que aceptar estas dosis de sufrimiento

19 mayo 2017 23:59 | Actualizado a 20 mayo 2017 21:37
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En estos momentos de dominio apabullante del neoliberalismo, nos han impuesto a la gran mayoría de la ciudadanía unos determinados valores culturales, muy bien expresados por Boaventura de Sousa Santos en la Quinta Carta a las Izquierdas. La cultura neoliberal es una cultura del miedo, el sufrimiento y la muerte. Se han extendido como una pandemia en nuestra sociedad, debido a que se ha impuesto una determinada hegemonía. Pero esta hegemonía puede ser eliminada contraponiendo unos poderes contrahegemónicos. El neoliberalismo no es algo inevitable, cual si fuera algo predeterminado por un mandato divino, y que hubiera que aceptar sin cuestionar. Lo grave, ese ha sido su gran éxito de los grandes poderes políticos, económicos y mediáticos, el que una gran mayoría haya aceptado la realidad actual tal cual, sin posibilidad de cambiarla. Cabe recordar, a Margaret Thatcher «No hay alternativa». Sin alternativa no hay democracia.

Los valores de la cultura neoliberal, son obvios. El miedo nos lo han metido hasta las entrañas a la gran mayoría. Por ello, casi todos estamos acongojados. Jóvenes, adultos y jubilados. Hombres y mujeres. Españoles e inmigrantes. A los miedos que siempre nos acompañaron, como el terrorismo, la gripe aviar, el calentamiento climático, ahora se incorpora el provocado por la crisis económica, cuyo final no se vislumbra, ya que según los pronósticos de los medios de comunicación, auténticos mayordomos de los poderes económicos, lo peor está todavía por llegar. Uno de los mayores miedos es el de estar sin trabajo y por lo tanto no ser capaz de sobrevivir. O no tener en el futuro una pensión. O no tener una asistencia sanitaria, o dejarte desasistido como persona dependiente. .. Las clases dominantes saben perfectamente que el miedo encoge, anestesia, crea una sociedad conformista, que impide la irrupción de un movimiento colectivo para defender los derechos pisoteados, ya que cada cual va a lo suyo, y por ello se extiende una pandemia de individualismo, insolidaridad y egoísmo. Con este pavoroso miedo en la gran mayoría, podemos atarnos los machos, las vueltas de tuerca continuarán. De ahí, el inevitable sufrimiento. Nos dicen, es la penitencia que nos merecemos por nuestros pecados. Hemos gastado más de lo que debíamos y por ello tenemos que aceptar estas dosis de sufrimiento. Y el último, es el de la muerte. El incremento de las desigualdades y de la exclusión están provocando el incremento de la muerte: suicidios que van a más, desnutrición de niños y ancianos, recortes en asistencia sanitaria.

El mal está ahí. Ya vale de diagnosticarlo y denunciarlo. Hay que ofrecer propuestas contundentes y creíbles. Cabe esperar que las izquierdas sepan estar a la altura de las circunstancias. Si no son capaces de detectar el sentir de la calle, encauzarlo y liderarlo, pueden sucumbir o acabar en el museo de antigüedades, junto a la rueca y al hacha de bronce.

Como muy bien dice Boaventura de Sousa Santos, el predominio de la cultura neoliberal para las grandes mayorías, no es posible erradicarlo con eficacia sin oponerle otra cultura, la de la esperanza, la felicidad y la vida. Las izquierdas tienen dificultades para asumirse como portadoras de esta otra cultura tras haber caído en la trampa, que las derechas siempre han utilizado para mantenerse en el poder: reducir la realidad a lo que existe, por más injusto y cruel que sea, para que la esperanza de las mayorías parezca irreal. El miedo en la espera mata la esperanza en la felicidad.

Debemos confiar en recuperar el espíritu de la Ilustración, que reconocía el derecho humano a la felicidad, proclamado ya en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, «Sostenemos como evidentes por sí mismas dichas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la Vida, la Libertad y la búsqueda de la Felicidad». O en el artículo 1º de la Constitución montañesa de 1793 «El fin de la sociedad humana es la felicidad. El gobierno ha sido instituido para garantizar al hombre el goce de sus derechos naturales e imprescriptibles». Y en el artículo 13 de la Constitución de Cádiz de 1812 «El objeto del Gobierno es la felicidad de la Nación, puesto que el fin de toda sociedad política no es otro que el bienestar de los individuos que la componen”. En Francia, Lavoisier, famoso químico y a la vez político, escribió en un discurso de 1787 “El verdadero objetivo de un gobierno debe ser aumentar la cantidad de gozo, la cantidad de felicidad y bienestar de todos los individuos”. Dos años después, en un discurso en los Estados Generales de 1789 “El objetivo del gobierno es hacer lo más felices posible a quienes viven bajo las leyes. La felicidad no puede estar reservada a unos pocos, sino a todos”. Exactamente igual que el gobierno de Rajoy, con sus acólitos de Montoro y De Guindos. Vez que aparecen es para imponernos una dosis de sufrimiento. Especialmente la ínclita y siempre sonriente, Fátima Báñez. ¿De qué se ríe esta señora? ¿Será por el daño que ha causado a tantos, trabajadores y pensionistas, con sus respectivas reformas? Y la de Sanidad, Ana Mato, con los recortes en sanidad. Por fin se ha marchado.

Debemos recuperar, insisto, ese espíritu de la Ilustración, que creía en el progreso humano. Con ingenuidad interiorizamos que el progreso iniciado con la Ilustración y la Revolución francesa sería sempiterno. Craso error. No podemos aceptar esta situación. Pero aquí, no debemos desesperar, estamos para vivir y ser felices. Esto no es un valle de lágrimas.

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