Grecia-UE un nuevo rumbo

El hartazgo de Alemania hacia las malas prácticas helenas hace que no piense en el corto plazo

19 mayo 2017 22:55 | Actualizado a 22 mayo 2017 18:06
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Desde que el pasado mes de enero Syriza llegó al poder en Grecia la situación económica del país ha empeorado rápidamente hasta rozar la quiebra. El Ejecutivo liderado por Alexis Tsipras ha pecado de bisoñez y dogmatismo y no ha demostrado suficiente capacidad profesionalidad en las negociaciones con Bruselas y el FMI. En especial, el ministro de Finanzas Yanis Varoufakis ha exasperado a sus colegas en el Eurogrupo con sus prédicas de teoría marxista y una exhibición de superioridad moral propia de un adolescente. Los gestos de acercamiento a Rusia, los insultos a Alemania y las improvisaciones constantes de propuestas irrealizables han jugado en contra de los socios de Podemos. Sin reformas no hay ayuda financiera, ha sido la máxima del resto de los europeos, quienes aleccionados por Berlín se han mantenido firmes, en espera de que la parte más débil en este pulso empezase a ceder. Hemos llegado a ese momento, con la retirada de Varoufakis del escenario y la aceptación por Tsipras de más privatizaciones y la renuncia a pagas extras a los pensionistas.

Es el comienzo de una esperada corrección de promesas electorales imposibles de cumplir. No obstante, sabemos que a la hora de hacer más reformas el Ejecutivo de extrema izquierda arrastrará los pies todo lo que pueda y convocará referendos y organizará todas las protestas populares que sea capaz.

La UE y el FMI no deben ceder a estas presiones, pero sí replantearse su enfoque global hacia Grecia. En vez de prorrogar el segundo rescate en curso, ineficaz según las estimaciones de los expertos que lo han diseñado, ha llegado el momento de buscar otro arreglo. Se trataría de ofrecer un tercer rescate, en el que la deuda griega se reestructurara y se diesen mejores condiciones de financiación a largo plazo de su economía.

Evitaríamos así la humillación y el hundimiento de Grecia, con independencia de que siguiese formando parte de la moneda o acabara teniendo que marcharse de ella. Las consecuencias de esta tragedia serían mucho peores que los costes de corregir ahora el rumbo y ayudar con más inteligencia a que los griegos tengan tiempo, incentivos y medios para ayudarse a sí mismos. Pero en Fráncfort los planes de contingencia para esta operación de salida de Grecia están ya preparados. El hartazgo hacia las malas prácticas helenas hacen que no se piense en las consecuencias a medio plazo de gestionar un Estado fallido, por mucho que la eurozona se haya fortalecido de forma considerable desde el principio de la crisis.

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