Grecia tiene un problema

El problema lo tiene Grecia, pero Bruselas debe hilar fino para evitar la debilidad

19 mayo 2017 23:31 | Actualizado a 22 mayo 2017 11:39
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Hace cinco años la desastrosa situación de la economía griega hizo tambalearse al conjunto de la integración europea. El hecho de que una economía pequeña como Grecia pusiera al borde del precipicio a la eurozona demostraba que la moneda se había puesto en marcha a partir de una arquitectura fallida. Solo Alemania se ha gastado desde entonces el equivalente a un presupuesto anual en los rescates a griegos, irlandeses, portugueses y chipriotas. La brecha entre países acreedores y países deudores ha dañado seriamente la cohesión del proyecto europeo y ha deformado las percepciones entre Estados miembros del Norte y del Sur. Las políticas de austeridad y las reformas, impulsadas desde Berlín y sus aliados, han dado por ahora algunos resultados, pero solo después de muchos sacrificios. El Banco Central Europeo ha hecho lo que ha podido, dentro de sus limitaciones legales y políticas, para mantener la estabilidad financiera y comprar tiempo. La victoria de la formación de extrema izquierda Syriza ha obligado a volver a prestar atención a Grecia, que sigue siendo un Estado disfuncional, no recauda suficientes impuestos y mantiene un sector público desproporcionado para su tamaño. El nuevo Gobierno encabezado por Alexis Tsipras defiende la permanencia de su país en el euro y al mismo tiempo quiere decidir con fórmulas de ingeniería financiera e invocaciones nacionalistas cómo y cuándo pagar la montaña de deuda pública. Pero ya no funciona su amenaza implícita de desestabilizar la eurozona. En su tour esta semana por algunas capitales nacionales lo más que ha obtenido es buenas palabras. En París y en Roma se vería con alivio un giro de la política europea hacia los estímulos para el crecimiento y la relajación de la supervisión europea sobre los presupuestos nacionales.

Sin embargo, ni siquiera François Hollande y Matteo Renzi combinando sus capacidades políticas pueden hacer de contrapeso a Angela Merkel. Berlín es muy consciente de que el gobierno económico del euro no está aún completo pero tiene suficiente credibilidad y fortaleza para gestionar las contradicciones griegas. El siguiente paso debería ser aceptar por parte de Alemania que la UE puede ser a la vez flexible y exigente a la hora de negociar con Grecia las condiciones de una asistencia financiera sin la cual el país dejaría de funcionar.

El problema lo tiene Grecia, pero Bruselas debe hilar fino para que no se interprete la disposición al diálogo como una señal de debilidad que aprovechen populismos aún peores en otros Estados miembros. La troika es prescindible en esta tarea: es a los jefes de Estado y de Gobierno a quienes corresponde sentar a la mesa a Alexis Tsipras y convencerlo con algo más que amenazas. Un corralito o la mayor radicalización del gobierno de Atenas haría dudar sobre la situación de la economía en otros países del Sur de Europa, pero la peor parte se la llevarían los ciudadanos griegos.

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