¿Hasta qué asesinato estuvo bien?

Dinos Arnaldo, ¿a partir de qué crimen te diste cuenta de vuestra derrota?

19 mayo 2017 19:30 | Actualizado a 21 mayo 2017 20:41
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El pelotón de fusilamiento virtual, ese que escribe en la Red al paso y en los digitales a la orden, sostiene que contar lo que hicieron los matarifes de Eta que se pasean de la mano de Otegi, pertenece al pasado y no se acomoda a los «nuevos tiempos», frase/melonada que, como tantas de su especie, se propaga a la velocidad de la luz.

Así, enumerar el listado de crímenes de los carniceros de Mondragón, los Kubati que asesinan a Yoyes delante de su hijo, y los Mamarrus, sería casi una falta de educación, una grosería. No digamos ya, tirar de memoria para recordar las frases con las que durante años el sujeto que pasó de los polimilis a los milis y que ahora nos quiere hacer creer que es negro, ha preparado, justificado y rematado a decenas de víctimas del terrorismo.

Los nuevos tiempos deben ser como una Navidad, pero sin la anestesia de que esta, al menos, se acaba. Un polvorón untado en almíbar que suspende la realidad que quiere ser ocultada por los que brindaban cada vez que los milis asesinaban a alguien. Una suspensión de la realidad actual, del pasado inmediato, que no alcanza, según los del pelotón, al pasado más largo, al de la dictadura franquista, a la Guerra Civil y sus víctimas, aún yacientes en lugares indeseables por sus familias.

Aquí hemos asistido a un concienzudo plan de exterminio, a una estrategia sistemática de aniquilación de los construidos como enemigos, que se ha desarrollado infinitamente más en democracia que durante la dictadura. Un plan que empieza a ser derrotado tras la detención de la cúpula de la banda terrorista, en Bidart, 1992, y que ha sido felizmente derrotado por la Guardia Civil y la Policía, por la política, por algunos jueces y por la movilización ciudadana en Euskadi, raquítica al principio y determinante luego. Esa derrota, asumida formalmente por Eta en 2011, es la que ha llevado a gentes que estuvieron entre los que les asesinaban o jaleaban, a reconocer el horror. Hay testimonios de presos, que en su día asesinaban como si de un jornal a destajo se tratara, y a los que el tiempo en la cárcel les ha servido para no asesinar más y para reconocer las dimensiones de su barbaridad y de su error. Y hay antiguos etarras, todos blancos, que después de militar en el crimen organizado, ante todos los responsables de su derrota, han reconocido levemente el dolor causado. No deja de resultar hiriente que quien estaba feliz en la playa el día en que miles de vascos nos manifestábamos para que su banda no asesinara a Miguel Ángel Blanco, haya descubierto ahora el dolor de perder a un familiar por muerte natural. ¿Los asesinados por Eta no tenían padre, no tenían madre? ¿Cuándo se hacían pintadas en Euskadi pidiéndole a la viuda, por ejemplo, de Jesús Mari Pedrosa, que les devolviera la bala, ¿ahí no había dolor añadido al dolor de la muerte violenta? ¿Tampoco cuando los suyos, de Otegi, secuestraban había un peldaño más de tortura en la pintada: «Aldaya, calla y paga».

Dinos, Arnaldo, ¿a partir de qué momento se jodió Euskadi? ¿A partir de que crimen te diste cuenta de vuestra derrota?

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