Hay que ser adulto

Los jóvenes se quejan de retribuciones cortas y lo comprendo. Están mal acostumbrados, demasiado mimados, tratados como príncipes o princesas y han dispuesto de demasiadas cosas, casi todo lo que han deseado

08 junio 2021 15:10 | Actualizado a 08 junio 2021 18:29
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Sé que esta tribuna va a generar muchas controversias y muchas críticas. No me importa, estoy acostumbrado a ello. Lo que pretendo es una reflexión por parte de todos o por lo menos de muchos. El detonante del presente escrito es un especial que sale y saldrá en El País bajo el título «Una generación en busca de futuro» y con el editorial del domingo que reza «es urgente abordar los problemas que asolan a los jóvenes como una cuestión vital». En estos escritos se desvela las respuestas que dan los jóvenes en relación a sus incertidumbres, la falta de futuro y el temor a ser una generación que vivirá peor que la de sus padres. En resumen, sus puntos de vista ante las consecuencias de esta pandemia y la anterior crisis económica y el duro futuro que les espera.

Como el domingo pasado llovía y lo mejor cuando llueve es quedarse en casa, me dio tiempo para la reflexión y el recuerdo. Personalmente me considero de la generación de los padres de estos jóvenes y puede que un poco más. Nosotros, aunque hoy no lo parezca, tampoco lo tuvimos fácil y menos lo tuvieron nuestros padres. Tuvimos que ir superando muchos escollos e ir rompiendo muchos moldes, es la condición establecida a todas las juventudes. Nuestra generación no lo tuvo fácil para entrar en la universidad, aunque sabíamos que era un paso importante para la promoción social y posiblemente económica, pero sobre todo era la posibilidad de adquirir unos conocimientos que podrían resolver el futuro laboral, sin olvidar que era una gran fuente de conocimientos con los que desenvolverse en un mundo alocado. Dependíamos de nuestra destreza y de nuestra memoria, de los libros que leíamos, de lo que aprendíamos de lo que nos transmitían nuestros profesores y de lo que tertuliábamos con nuestros compañeros. Además de lo que adquiríamos en otras fuentes de conocimiento como el cine, teatro, reuniones, viajes o bien otras muchas posibilidades que nos ofrecía un rico panorama de oportunidades.

Los estudios universitarios deben considerarse como un camino para profundizar en una especialización, también en adquirir riqueza cultural y un posible camino para un trabajo estable. Pero, no es el único camino ¿cuántos sin estudios universitarios han triunfado en la vida? Muchos y otros muchos han aparcado sus bases académicas en pro de otros métodos. En esto, puede que los jóvenes de ahora (y también de otras generaciones) hayan sido engañados, sin embargo disponen de unos excelentes conocimientos que les dan sus grados, master, idiomas, que les pueden sacar de problemas en cualquier lugar de este mundo globalizado, cosa que a mi generación no le ocurrió.

Se quejan de retribuciones cortas y lo comprendo. Están mal acostumbrados, demasiado mimados, tratados como príncipes o princesas y han dispuesto de demasiadas cosas, ropa, moto, coche, aparatos electrónicos, casi todo lo que han deseado en una vida fácil proporcionada por unos padres sacrificados para cubrir la falta de dedicación, ya que necesitaban del tiempo para conseguir el dinero con el que comprar lo que tenían sus retoños.

Todos los principios siempre cuestan y no son nada fáciles, salvo para aquellos que siempre lo han y lo tienen fácil, son ellos los que se llevan la gran parte del pastel y el trocito que queda se ha de repartir para los que luchan y en los tiempos que transcurren son más los que se disputan este cachito. Creo que los que tienen el poder han retrasado la incorporación a la vida laboral de los jóvenes haciéndoles estudiar para no generar más paro. A los jóvenes de hoy, que son pocos los que leerán estas líneas, contarles que cuando realizaba mi formación como médico residente, siendo licenciado en medicina, mi retribución media fue sobre los 200 euros (unas 33.000 pesetas) al mes. Bien sé que eran otros tiempos, pero vivía independizado, lejos del hogar familiar, teniendo que pagar parte de un piso compartido por otros médicos como yo, alimentarme, comprarme la ropa que me vestía, los libros que leía y que debía estudiar, con una novia a más de 300 kilómetros que visitaba cuando podía y disponía de ahorros y para ello emplear más de cinco horas de ida y otras tantas de vuelta en transporte público de los de antaño, y sin posibilidad de una casa paterna donde volver por haber optado a la independencia, con lo que ello comporta. Podría seguir y no sigo, creo que con lo expuesto se puede comprender que nadie lo tiene fácil (salvo excepciones) y no digamos de nuestros padres que sufrieron la postguerra o los padres de nuestros padres, muchos de los cuales que ni estudios pudieron tener.

Si se quejan, que recuerden, el mayo del 68, los tantos movimientos reivindicativos, o los jaleos actuales de Colombia. Estos movimientos no fueron ni son para tener un piso o un coche, son movimientos para vivir. Hay que profundizar en lo que ocurre en los momentos actuales, puede que todo esté en relación al poder del dinero con su lema «tanto tienes, tanto vales» y a este mundo tan consumista en el que estamos inmersos.

Doctor en Medicina por la Universitat de Barcelona (1987). Exjefe de la Sección de Patología del Hospital Joan XXIII de Tarragona. Coordinador de la sección de Patología Infecciosa de la Sociedad Española de Anatomía Patológica (SEAP). Exvicepresidente de la Acadèmia de Ciències Mèdiques de Tarragona.

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