¿Hay una buena época para testar?

Testamos porque nos pone sobre aviso un familiar, o un vecino, o hasta el propio notario con ocasión de algún asunto; porque creemos un día que ha llegado el momento de hacerlo
 

20 junio 2020 09:30 | Actualizado a 20 junio 2020 10:30
Se lee en minutos
Participa:
Para guardar el artículo tienes que navegar logueado/a. Puedes iniciar sesión en este enlace.
Comparte en:

Dada mi profesión, más de una persona me ha preguntando si es cierto que durante estos meses de encierro se han hecho más testamentos que habitualmente. Incluso algunos periódicos han publicado un aumento en el número de testamentos. Tiene su lógica, pero esa impresión o incluso esa noticia, no se corresponde seguramente con los datos reales. Ha habido según los registros civiles más muertos que en la misma época de otros años, pero no parece que haya habido más testamentos que en otros períodos temporales paralelos, e incluso posiblemente muchos menos. Esta afirmación es, al menos, completamente cierta en mi caso. Veremos las estadísticas, que con seguridad confirmarán esta tendencia.

¿Puede haber una explicación para este dato sorprendente y que no cuadra con la hipotética impresión de los ciudadanos? Vayamos por parte.

¿Hay un tiempo más propicio para testar? ¿Sentimos en una cierta época la necesidad de hacer o de cambiar nuestro testamento? En una entrevista en este propio diario señalaba que las fiestas navideñas provocan una cierta predisposición a cambiar los testamentos y un aumento de los mismos. La entrevista tuvo una cierta repercusión mediática, señal que interesan estos temas (me entrevistaron en un programa conocido de una emisora nacional, quisieron hacerlo en uno muy famoso de la televisión aunque desistieron cuando les dije que yo no tenía ese aparato, e incluso mereció una reseña de Quim Monzó). Tiene su sentido: las navidades sirven para que saquemos una relación de aquellos que ya no aguantamos y de aquellos que realmente nos quieren; y pasadas las mismas, más de una persona acude a los estudios notariales para «ajustar las cuentas!, y las ajusta sin piedad. No engañaba en esas entrevistas, pero realmente nuestra tendencia a testar no puede circunscribirse a una época determinada del año. No la hay para nuestra repulsa creciente a la ex pareja, que se convierte en una imperiosa necesidad de que «no toque nada de los mío»; o para nuestro deseo de proteger a nuestros hijos pequeños o incapacitados; o para nuestro sentido de la justicia con las personas que nos quieren o que nos abandonan.

Testamos porque nos pone sobre aviso un familiar, o un vecino, o hasta el propio notario con ocasión de algún asunto; porque creemos un día que ha llegado el momento de hacerlo; porque nos arrastra nuestra pareja para poner en orden ciertas cosas… En ninguno de estos casos, hay un tiempo mejor que otro, y todo depende de nuestras circunstancias concretas.

Estos impulsos a testar se incrementan ciertamente con algunos acontecimientos importantes que suceden en nuestras vidas. Cuando nos divorciamos o separamos, cuando nos vamos de viaje (por aquello de que podemos morir en un accidente), o cuando nos vamos al hospital, aunque sea para operarnos un dedo. Y también, ¡claro está¡ cuando nos morimos.

El testamento en la cama del enfermo (hoy en el hospital o en la residencia) suele ser afortunadamente un caso minoritario, pero muy impactante para todos los presentes. No es fácil olvidarse. Siempre uno se pregunta por qué razón se ha esperado tanto para testar, y si no ha habido a lo largo de la vida mejores ocasiones para hacerlo; pero a esas alturas es mejor dejarlo correr, porque bastante tiene el enfermo con lo suyo, como para además hacerle sentir culpable de ser un negligente y dejarlo todo para la última hora.

El testamento en la cama del enfermo intenta muchas veces «arreglar» una situación para que las cosas sean más fáciles después del óbito (especialmente en temas fiscales y tributarios), aceptar seguramente una situación familiar o afectiva que uno se ha negado a admitir hasta que hay que tomar una decisión, evitar que determinadas personas nos puedan heredar. Todas estas motivaciones se encuentran, como les decía, en todos los testamentos, pero en el del moribundo se constatan más intensamente.

¿Por qué no ha habido más testamentos en esta época pandémica tan propicia para querer poner nuestros asuntos terrenales en orden? Seguramente por el mismo motivo por el que ha habido menos enfermos que los habituales, ya que muchas personas, que en otras ocasiones habrían acudido a urgencias, han preferido aguantar en sus casas. Durante la pandemia, no ha disminuido la necesidad de testar, pero ha habido menos testadores, que han esperado a mejores tiempos para salir de casa o para llamar al notario.

Como en otros campos, que han descubierto las virtudes del teletrabajo o del trabajo en casa; también la pandemia ha llevado a que los representantes de los notarios hayan sugerido estos días a la Administración y a los políticos fórmulas para testar a distancia. Ya no se trata de ir a la cama del enfermo, sino de atenderle a distancia, con todas las seguridades posibles para evitar un fraude o un engaño. Con eso algo se gana y algo se pierde.

Uno no está para dar consejos y menos en estas páginas; ni tampoco ustedes están para recibirlos. Pero si de algo les puede servir este artículo es para recordarles que la muerte es segura y que testar es un derecho de todo ciudadano. Y en cierta forma también una obligación moral con respecto a nuestros seres queridos, que no debe ser dejada para el último momento, ya que puede que no nos dé tiempo o que tengamos que hacerlo a través de una máquina (si prosperan las iniciativas indicadas).

Escribo estas líneas unas horas después de visitar a un enfermo en uno de nuestros hospitales locales. Hemos puesto las cosas en orden para lo que tenga que venir. En cierta manera, la vida vuelve a la normalidad.

Comentarios
Multimedia Diari