Impresiones desde el confinamiento

Hemos profundizado en habilidades manuales (mascarillas higiénicas…), culinarias (pan, cocas y otros menús) con ayuda de cerveza, sin importarnos la talla, total no teníamos que ponernos la ropa de ir al trabajo 

22 mayo 2020 08:00 | Actualizado a 24 mayo 2020 15:41
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Quede salvado de esta visión más o menos humorística el sufrimiento de muchas familias que han padecido la pérdida de un familiar o que han caído enfermos y han luchado desde la cama con tan singular enemigo, de los trabajadores de la sanidad, de los responsables de abastecimiento y servicios, desde el enterrador al ministro de sanidad, en cuyo pellejo no hubiera yo querido estar en estos días;  de muchos trabajadores, que estando en precario, el virus les ha quitado el pequeño punto de apoyo en el que sobrevivían y de tantos otros que ahora no tengo en la cabeza.

Me gusta el confinamiento, ¡y por tantas razones! No me pregunten con mucho ahínco, no les diré más que algunas. Aunque una amiga que tenía mucho trabajo atrasado me decía que parecía que el reloj se había parado a su favor, yo no llego a tanto pero, ya sin más, me alegro mucho de que mi vecino durante estas semanas haya descubierto que su mujer, con la que lleva muchos años casado, es muy simpática.

Agradezco al confinamiento que, al echar de menos a nuestros amigos y vecinos, hayamos conectado con ellos, aun a horas intempestivas, pues, dicho sea de paso, se nos ha desajustado el reloj del sueño. Nos hemos acordado de amistades lejanas, por cuya salud hemos preguntado con interés, lo que no se nos hubiera ocurrido en tiempos normales. Hemos enviado y recibido poemas, soluciones ingeniosas, remedios milagrosos, escenificaciones pintorescas.

Han sido un alarde de imaginación las muchas formas de sobrellevar el encierro, llevando al perro de peluche a pasear o vistiéndonos de Espinete para darnos un paseíto al sacar la basura. Hemos profundizado en habilidades manuales (mascarillas higiénicas…), culinarias (pan, cocas y otros menús, con ayuda de cerveza, sin importarnos la talla, total no teníamos que ponernos la ropa de ir al trabajo ¿verdad?: la culpa -hemos pensado- es de la lavadora, no del frigorífico).

Hemos visto las posibilidades que nuestro pequeño entorno doméstico tiene para hacer ejercicio físico: una silla, un pasillo, se han convertido en una sofisticada máquina de gimnasia o una pista de carreras. Como país de inventores, me ha parecido ocurrente el invento de aquel que al lanzarse un gas en la cola del supermercado y ser avisado por el de atrás, este le hace ver que, si ha olido es porque su mascarilla no vale y si lo ha oído es porque no está guardando la distancia social: buena manera de utilizar nuestra energía sostenible para comprobar que se cumplen las normas. De haber contado el gobierno con ello, ¿hubiera hecho falta toda la normativa de confinamiento? Se hace recuento de los progresos y no se acaba. 

Hemos podido recordar las páginas de Saramago (Ensayo sobre la ceguera), de Camus (La peste), de Sabina (Calle melancolía); nos han venido a la cabeza muchas epidemias anteriores: la peste bubónica de 1348 -que se cargó a la mitad de la población europea ¡Madre mía!-, la gripe de 1918 y otras. 

Hemos echado mano del yoga y la meditación, hemos podido mirar hacia nuestro interior y hemos encontrado cosas que ni nosotros mismos sabíamos. Al mínimo permiso hemos salido a hacer deporte (más de un esguince ha habido, lo sé). Otros hemos captado con el teléfono lo bello de la vida que, así, de golpe, veíamos cómo se alejaba: un abrazo, un amanecer, un manantial, el canto de un jilguero. Y ¡oh prodigio,  todos los músicos de una orquesta se han puesto a tocar una pieza, estando cada uno en su casa a cientos de kilómetros de distancia y la hemos podido oir desde la nuestra!. Hemos sacado la vena del poco humor que teníamos escondido entre un llanto y otro ¿Y qué me dicen de las grabaciones artísticas del Resistiré? 

No hablaré de la limpieza de la enorme lenteja de polución que estaba ahogando los pulmones de la gente de las grandes ciudades… ni de la lluvia caída limpia que han recibido nuestros árboles, porque es problema largo… Ahora solo pienso que si estos días malos van a traer otros mejores, si los jóvenes comienzan a tomar el protagonismo que les pertenece y les obliga, si la situación socioeconómica no descarrila, si la aprobación de la renta mínima se hace realidad, si se restauran las fuentes de riqueza y se cae en la cuenta de que no ha sido una buena idea confiar a la China hasta la producción de mascarillas, que tenemos que restaurar el tejido industrial, que no podemos creer que somos  «el cerebro» mientras otros trabajan en tierras lejanas….  

Si tendemos a un consumo más moderado y de proximidad, si engrasamos las viejas bicicletas, si seguimos disfrutando con el leve movimiento de una hoja de la maceta de nuestra terraza…… si todo esto prospera, y aún más cosas que ahora no recuerdo, todo no estará perdido.
 

Carmen Gómez Cruz, profesora

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