Impuestos y gastos

En lo único que de verdad están de acuerdo todos los partidos políticos, de una forma u otra, es en subir los impuestos a los contribuyentes. Algunos, como el PP, contradiciendo incluso su programa electoral.

Quien no parece muy de acuerdo es la Unión Europea, para quien nuestro déficit fiscal es descabellado a largo plazo. Al fin y al cabo, la UE es quien nos ayuda a cuadrar las cuentas y sabe que no se puede gastar más de lo que se tiene.

Nuestro problema es precisamente ese: que los gastos públicos están desbocados y no hay partido político que se atreva a meterles mano, no sea que se cabreen los ciudadanos, que vaya si se cabrean.

No se trata de una cuestión de lógica, sino de populismo. Cualquier gasto se considera ‘social’, hasta el de esas piscinas municipales de dimensiones olímpicas que sólo se pueden utilizar si se subvenciona a su vez a sus usuarios.

Nadie osa, pues, recortar ningún gasto, aunque sea en partidas discutibles y hasta estrambóticas, como pueden ser cursos sobre uso del condón, pro- moción de la pasamanería o viajes institucionales a Alaska.

La prueba más concluyente la constituyen esas cantidades del presupuesto catalán para embajadas internacionales o las pérdidas cuantiosas de todas las televisiones autonómicas. Alberto Fabra, único político que tuvo los santos cataplines de cerrar la suya («prefiero eso que privar a los valencianos de escuelas u hospitales»), perdió las siguientes elecciones a la presidencia de la Generalitat.

Así que estamos bien fastidiados. En vez de fomentar la economía y el empleo estimulando la iniciativa privada, vamos hacia una sociedad subsidiada e insostenible que acabará por empobrecernos todavía más.