Jordi Miralles, comprometido con Tarragona

Tarragona era una de sus obsesiones, que necesitaba dejar de ser el sur del sur

19 mayo 2017 21:31 | Actualizado a 22 mayo 2017 12:11
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Lo más comentado de la noticia de la muerte de Jordi Miralles ha sido el hecho anecdótico de que después de estar más de 15 años en primera línea política, volviera a su puesto de trabajo de cartero. Jordi hubiese sido un gran investigador de la historia contemporánea.

Tenía todas las cualidades: obsesivo, trabajador, capacidad de análisis, didáctico… pero decidió optar por defender y representar a las capas populares y devolver a la sociedad lo que había aprendido repartiendo cartas y estudiando en la universidad.

Estamos demasiado acostumbrados a las puertas giratorias que te llevan de la dirección de algunos partidos a un consejo de administración o a gente que se atrinchera en la dirección de una organización para seguir sobreviviendo.

Jordi no era de esos. Había nacido en el barrio de Hostafranchs pero en su calidad de diputado y coordinador de EUiA viajaba por toda Catalunya defendiendo las luchas laborales, escuchando las reivindicaciones para mejorar la educación de nuestros hijos, a gente sin empleo, a pensionistas en precario, a todos aquellos que sufrían y necesitaban de alguien que les escuchara y fuese su voz en las instituciones. Tarragona era una de sus obsesiones.

Desde que coincidimos entendíamos que este territorio necesitaba un trabajo organizado para dejar de ser el sur del sur, donde se ponía todo aquello que molestaba y que las 400 familias decidían. Su labor constante por defender «lo Ebre», para desmantelar las nucleares, buscando alternativas a la crisis que golpeaba a los trabajadores/as del mueble y de la construcción, dando alternativas para fortalecer la economía productiva frente a la de casino, trabajando para que la petroquímica mejorase sus niveles de calidad atmosférica y que de forma natural se integrase en un territorio demasiado castigado... Veía con preocupación la deriva hacia el turismo de borrachera que algunos por su inacción podían convertir a su querida Costa Dorada.

Pero si algo le robo el corazón fue su amistad con Altafulla, el ‘flechazo’ con nuestra villa fue inmediato. Su patrimonio, sus paisajes, todo le enamoraba a él y a su familia. No es menos cierto que Altafulla fue laboratorio donde aplicar sus enseñanzas, hacer candidaturas amplias de la izquierda social con un único objetivo de ser útiles a la ciudadanía y, modestamente, creo que lo hemos conseguido. Altafulla es una excepción política porque ya hace 12 años que escuchamos con atención las reflexiones de Miralles. Desgraciadamente, ni su propia organización le hizo caso y el ejemplo de Altafulla tardó años en cristalizar en otras ciudades.

Lo que hoy representa una chispa de esperanza puede convertirse en una estrella fugaz si no se valora la experiencia acumulada de lucha y trabajo organizado. Miralles sabía que, como seres sociales, para progresar necesitamos del análisis de las experiencias vividas por otros.

Jordi fue simplemente un comunista y como tal actuó en su trayectoria vital, sólo deseaba que su esfuerzo contribuyera a transformar nuestra sociedad. Hemos perdido a el que hubiese sido un gran historiador pero tenemos aquello por lo que se sacrificó día a día, un ejemplo de persona entregada a la causa de construir un mundo mejor.

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