La Constitución obliga a todos

Volveré a pedir al Rey que despoje los actos oficiales del carácter religioso exclusivo

19 mayo 2017 17:24 | Actualizado a 21 mayo 2017 15:45
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A todos nos puede ocurrir. A ver quién es el guapo que, teniendo carnet de conducir, ha repasado el Código de la Circulación después de años de tenerlo. Este artículo se refiere a algo parecido, pero referido a S. M. Felipe VI y lo que dice –y ordena– la Constitución española. Sucedió que, con motivo del último cambio de ministros del gobierno Rajoy vi que, de nuevo, los juramentos de toma de posesión se hacían en la forma tradicional, es decir como ante el dictador y el rey Juan Carlos I, salvo que ahora no se arrodillaban. Una mesita, un ejemplar de la Constitución y no recuerdo si era el Nuevo o el Viejo Testamento, amén de un crucifijo precioso, dorado.

Desde 31 de octubre de 1978, o sea hace exactamente 38 años y un día, la vida española –a trancas y barrancas– se rige por la Constitución aprobada en referéndum (entonces, sí) el 6 de diciembre con 169 artículos, cuatro disposiciones adicionales, nueve disposiciones transitorias y una derogatoria. Fue publicada en todas las lenguas del Estado. Pues bien, me llamó la atención que, a pesar de las promesas de la nueva monarquía, no se acate debidamente lo dispuesto en ella, en referencia a que se iniciaba un Estado laico, social y democrático de Derecho. O sea, que todos los ciudadanos españoles, fuere cual fuere su religión, estaban protegidos y representados por el rey como jefe del Estado, que haría cumplir, él y su gobierno, las disposiciones constitucionales.

Sorprendido porque ese juramento institucional estuviera presidido por símbolos de una sola fe, la católica, remití a S. M. una carta el pasado 1 de julio, señalando que «los actos oficiales no deben tener color partidista o religioso de clase alguna». V. M. preside el acto como jefe de un Estado aconfesional, laico. Aunque haya mayoría católica, también V. M. tiene súbditos budistas, judíos, agnósticos, etc. y no debe imponerse en esos actos ningún símbolo sobre otros».

Supongo que no le llegó la carta –certificada– o si la leyó fue, con otras semejantes, al cesto de los papales. Eso sí, la Casa Real me contestó amablemente que «hemos tomado buena nota de su interés». Y que «Su Majestad el Rey agradece sus palabras y me encarga que le haga llegar un afectuoso saludo». Firmado: Alfredo Martínez Serrano, jefe de protocolo.

De nuevo, con motivo de que el Sr. Rajoy vuelve a ser jefe del Gobierno, se ha repetido la misma rancia operación. Una Biblia al parecer, un ejemplar de la Constitución, y el bonito crucifijo presidiendo la mesita. No es eso.

No tengo nada de anticlerical, pero, como dijo una vez el recordado y añorado Adolfo Suárez, hay que hacer real en la política lo que es a nivel de calle. Si queremos una monarquía conforme a los tiempos que corremos –recuerde el Rey que estamos en el siglo XXI–, hay que acomodar los actos oficiales y políticos a este siglo. ¡Qué ridículas esas señoras haciendo genuflexiones vergonzantes!...

La Iglesia Católica, dentro del respeto que merece, no puede tener un lugar privilegiado en esos actos, salvo que las demás religiones y corrientes morales del país estén también representadas porque todos sus componentes son ciudadanos del Estado. La Iglesia Católica tiene sus homenajes populares, que la mayoría del pueblo acepta y en ellos participa (procesiones de Semana Santa, del Corpus, etc.) porque incluso se puede aceptar por un laico o un budista o un masón que son tradiciones que enriquecen el acerbo cultural y sentimental del país, aparte de la fe que demuestran.

Digamos las cosas claras: no debe desconocer el Rey que los católicos practicantes de este país son una minoría, creo que del 15%. Los demás que se dicen católicos, o son de boquilla o son ‘distraídos’ porque les bautizaron, les van bien las comuniones, bautizos, etc. Pero poco o nada más.

En resumen, volveré a insistir a la Casa Real para que traslade una nueva petición –que no es solo mía, sino que recojo el parecer de otros ciudadanos, incluso católicos– al rey y despoje a esos actos oficiales del carácter religioso exclusivo que en pleno siglo XXI es extemporáneo y casi ridículo. Sin hablar de la falta de respeto que significa para millones de ciudadanos que no comulgan con los mismos símbolos. Amén.

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