La Iglesia catalana y el nuevo arzobispo de Tarragona

La Iglesia en Catalunya parece entregada al nacionalismo y es en la práctica un instrumento más al servicio de la llamada «construcció nacional»

10 mayo 2019 10:40 | Actualizado a 10 mayo 2019 10:45
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La Santa Sede hace unos días hacía público el nombramiento del sacerdote gerundense Don Joan Planellas i Barnosell como nuevo arzobispo de Tarragona. Planellas es doctor en Teología, decano de la Facultad de Teología de Catalunya y conocido por un episodio sucedido en  septiembre de 2015.

Siendo rector de varias pequeñas parroquias del Empordà, entre ellas la del pueblo de Jafre, permitió que ondeara una estelada del campanario de la iglesia y cumplió la orden de hacer sonar las campanas de la iglesia a las 17.14 horas tal como promovían los movimientos separatistas.

Este hecho provocó la protesta pública de la familia del dramaturgo Albert Boadella que reside allí. Según Dolors Caminal (esposa de Boadella) el clérigo les dijo: «He hecho lo que el pueblo me ha pedido. Y si no os gusta la bandera del campanario, vosotros podéis poner la bandera española en vuestro balcón».

Una manera de responder impropia para un pastor de la Iglesia católica y sobre todo una actitud nada neutral y de total supeditación a las fuerzas políticas independentistas. Además nunca demostró empatía ante el acoso y los reiterados escraches que venía sufriendo la familia Boadella en el pueblo por parte de los separatistas.

Su nombramiento ha sorprendido en ciertos círculos eclesiásticos al no tener un previo «entrenamiento episcopal» en una diócesis más pequeña, como era hasta ahora lo habitual.

En este sentido, en los dos últimos meses había sonado con fuerza el nombre del actual obispo de Barbastro, Ángel Pérez, como el posible sustituto de monseñor Pujol como arzobispo de Tarragona.

Pero estos rumores pusieron en pie de guerra a los círculos católicos «estelados» que escandalizados ante esa posibilidad, pusieron el grito en el cielo e incluso organizaron el 23 de marzo una concentración de rechazo (a la que asistieron apenas una docena de personas) ante la Catedral de Tarragona desempolvando sus pancartas con el viejo grito de «Volem bisbes catalans!» En una de ellas podía leerse: «Ni de Barbastre ni valencians. Volem bons bisbes catalans!» 

Aunque el obispo Ángel Pérez habla perfectamente el catalán, ya que ejerció su actividad pastoral en el Seminario de Tarragona durante años, esto no les bastaba. Exigían que fuera «un català de debò» (sólo les faltó decir de raza catalana). La plataforma Volem Bisbes Catalans se muestra muy satisfecha por la elección del Vaticano. 

La Iglesia en Catalunya desde hace décadas parece entregada al nacionalismo y es en la práctica un instrumento más al servicio de la llamada «construcció nacional». Ya a finales de los 60 el Molt Honorable Jordi Pujol y su esposa Marta Ferrusola (la que le decía a su banco de Andorra: «Soc la mare superiora de la Congregació, traspassa dos missals») fueron, entre otros, los precursores de la campaña Volem bisbes catalans.

Y como podemos ver, siguen en lo mismo. Ni un paso atrás, parecen decir. No pedían, ni piden obispos que destaquen por su fuerza espiritual y su sabiduría para dirigir la Iglesia católica, por su piedad y cercanía a los más necesitados, no, ante todo, piden obispos que destaquen por su proximidad al nacionalismo.

Con esto dejan en evidencia, algo tan «cristiano» , como es su voluntad de exclusión, su intransigencia, su voluntad de convertir en extranjero a un vecino aragonés como era en este caso el obispo Ángel Pérez. Y olvidan además, algo fundamental, que catolicismo es sinónimo de universalidad. Curiosamente, en la archidiócesis de Tarragona, desde 1691 sus arzobispos utilizaron el título de Hispaniarum Primas (Primado de las Españas). 

La Iglesia catalana está hoy a la cola en vocaciones (sólo en el Seminario de Córdoba hay más que en toda Catalunya) y en creyentes. También está a la cola entre los contribuyentes que marcan la X de la iglesia en la casilla de la Renta. El laicismo crece sin parar. Se cree cada vez menos, entre otras razones, porque muchas personas han ido sustituyendo la fe en Dios por su fe en esa pseudo-religión que es el nacionalismo.

Otros se alejan de ella al constatar cómo se han ido cerrando progresivamente espacios en español: todas las hojas parroquiales se editan ya exclusivamente en catalán y cada vez es más difícil escuchar misas en español (cuando además la Iglesia en el mundo reza eminentemente en español) y al comprobar el papel jugado el 1-O, o como de muchos campanarios cuelgan esteladas, pancartas y otros símbolos separatistas, por no hablar de los manifiestos en favor del Procés y de las homilías «trabucaires» de ciertos sacerdotes y obispos. 

La Iglesia catalana atraviesa una profunda crisis y por si no fueran suficientes los múltiples y graves problemas que tiene, al igual que hace el nacional-separatista Govern de la Generalitat, se pone sólo del lado de una parte de la ciudadanía, ignorando y despreciando a más de la mitad de los catalanes y no es precisamente del lado de los sectores más pobres y humildes de la sociedad catalana que son muy mayoritariamente contrarios al independentismo, se ponen del lado de un restrictivo, aburguesado, privilegiado, clasista y supremacista «un sol poble» al que elevan a los altares. 

Me gustaría recordar que en las recientes elecciones del 28-A, el bloque independentista obtuvo el 41,5% de los votos en la provincia, y en la ciudad de Tarragona no llegó al 31%. Y que en estos tiempos de «memorias históricas» son muchos, incluso dentro de la propia Iglesia, los se empeñan en olvidar y ocultar, que entre 1936 y 1939 en la Catalunya presidida por Lluís Companys, la Iglesia catalana fue literalmente masacrada (cuatro obispos y 2.437 religiosos asesinados y centenares de templos devastados), en está cruel persecución hubo muchos mártires y muy pocas excepciones entre estas, la del tan mitificado y homenajeado por el nacionalismo, el cardenal Vidal i Barraquer al que Companys ordenó expresamente liberar, facilitando posteriormente su marcha a Roma, mientras su obispo auxiliar, el canongí Manuel Borràs, en manos como él de milicianos del Front Popular en Montblanc, fue asesinado y quemado vivo en el Coll de Lilla. Y similar suerte correrían el resto de sacerdotes encarcelados como ellos en dicha población.

 

Salvador Caamaño, presidente provincial de Societat Civil Catalana (SCC)

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