La Tierra Prometida

15 mayo 2021 16:00 | Actualizado a 15 mayo 2021 16:06
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Cuando Theodore Herzl, fundador del sionismo moderno, acudió a Inglaterra a principios del siglo XX pidiendo establecer en Palestina el hogar judío, y acabar así con la diáspora, le ofrecieron una zona de Uganda.

La rechazó. Los judíos querían la bíblica Tierra Prometida, pero el sueño no se hizo realidad hasta que la ONU, bajo la impresión del Holocausto (en el que murieron dos quintas partes de los judíos del mundo), declaró el Estado de Israel en mayo de 1948, hace 73 años.

La expulsión de cientos de miles de palestinos desencadenó la primera de las incontables guerras de Oriente Medio. Prejuicios, segregación, asentamientos, odios ancestrales, venganza, son las bases de un conflicto que solo la fraternidad, que no se practica, podría resolver.En la ortodoxia clásica, es lógico que las clases menos favorecidas sean teóricamente partidarias de la izquierda, que les ofrece un Estado fuerte, capaz de asegurarles protección, unos buenos servicios públicos universales y gratuitos y una seguridad social generosa. Por el contrario, las clases acomodadas y ricas votan a la derecha porque es partidaria, en el mejor de los casos, de «un Estado suficiente», y desarrolla la tesis de que los impuestos han de ser bajos para que la riqueza excedente se dedique a la inversión y genere puestos de trabajo.

Pues bien, desde los años 80, se está produciendo un fenómeno que parece in crescendo: las clases bajas y medias han comenzado a votar a la derecha. Ahora, acaba de publicarse Clivages politiques et inégalités sociales, donde se explica con datos este fenómeno. Su conclusiónes que, ante la incertidumbre reinante y la creciente desigualdad, ha ganado la idea de comunidad nacional, religiosa, cultural o étnica. Rotos los vínculos de afectividad entre clase y política, los liderazgos personales adquieren prevalencia sobre las ideas. En Madrid, Ayuso entendió las claves de las aspiraciones mayoritarias; y todo lo demás ha sido simple literatura.

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