La alegría de vivir

Bigas Luna decía que no rodaba en Bélgica porque era un país gris donde se come mal

19 mayo 2017 23:08 | Actualizado a 22 mayo 2017 21:18
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Yo le preguntaba por la Pataky, sobre sus gustos a la hora de desayunar (no me pregunten el porqué de la cuestión). Él sonreía y por respuesta me daba un «Te he hecho un regalito en la película» que conseguía que me subiera por las paredes.

Conocí a Bigas Luna en una comida en Vilanova i la Geltrú. Un saludo, cuatro palabras de cortesía y poco más. Éramos más de 12 en la comida y él siempre defendía que en una mesa no podía haber más de una docena de comensales si se quería disfrutar de la compañía. Con el tiempo tuvimos más encuentros, y sin llegar a ser amigos, conseguíamos disfrutar el uno del otro en cada una de nuestras reuniones.

No hablábamos mucho de cine, sólo cuando yo empezaba a interrogarle sobre actrices. Disfrutaba y podía departir horas cuando la gastronomía era la protagonista. Me explicaba los productos que cultivaba en el huerto de su masía de Virgili, su amor por la naturaleza, la importancia de los productos ecológicos, las peleas entre sus dos gallos (Obama y Sarkozy), los vinos que elaboraba…

Hay una teoría (la llaman la teoría de los 2 cafés) que viene a decir que si después de 2 citas no hay beso no hace falta buscarlo porque ya no se va a dar. La química entre dos personas aparece como por arte de magia, o sencillamente y por mucho que se intente, si la cosa no fluye poca cosa se podrá hacer. Con Bigas no hizo falta llegar al momento del beso pero la cosa fluía, las conversaciones salían solas, el reloj se aceleraba a su paso. Uno se sentía a gusto.

Voz profunda y sonrisa pícara. Vivía la vida con goce de vivirla. Capaz de decir que no rodaba en Bélgica porque era un país gris y donde se comía mal y que por eso se llevaba el rodaje a Italia. Enamorado de tradiciones como la de cenar con los pies en un barreño con agua, sal y tomillo. «Placer de Dioses», aseguraba, que copió de su padre. En nuestro último encuentro debatíamos sobre cómo el comportamiento en una mesa dibujaba las formas y la cultura de un país. Me decía que en España se bebía mal porque se bebía mucho mientras nos acabábamos la botella de vino que nos había traído el fantástico Raül Bobet. Hablábamos del culo de Valeria Marini, los pechos de Penélope Cruz y los pies de Aitana Sánchez Gijón. De Leonor Watling y toda ella, el mediterráneo, la fruta que huele a fruta, la paella, el ajo (aquí nos peleábamos), el aceite de oliva, su época en Estados Unidos, la manera de hacer de los franceses… De la joie de vivre.

Explicaba que cuando alguien al que quería se moría plantaba un árbol en el que se reencarnaban. Sus padres eran 2 palmeras y ya había decidido en que árbol se reencarnaría él: un algarrobo.

Murió el 5 de abril del 2013. Me enteré en Girona. Cenando en El Celler de Can Roca. No se me ocurrió mejor homenaje.

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