La ciencia es el milagro

01 diciembre 2020 09:20 | Actualizado a 01 diciembre 2020 09:30
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Imagino que a estas alturas ya todos ustedes habrán visto las impactantes imágenes del accidente que el domingo sufrió el piloto francés de Fórmula 1 Romain Grosjean. Imposible no sobrecogerse ante esos 27 segundos eternos que el deportista pasó metido en el fuego de su Haas incendiado e incrustado en el guardarraíl de la salida de la curva 3 del circuito de Baréin. Y, cuando nos temíamos lo peor, no menos sorprendente fue ver la figura del piloto emerger del fuego por su propio pie antes de ser ayudado por los equipos de emergencia –a pesar de lo aparatoso del siniestro, solo tiene unas quemaduras en las manos y en un pie–.

«Un milagro», escuché decir a un aficionado. Sí, un milagro, pero en este caso apoyado en la ciencia y en unos sistemas de seguridad adoptados no sin controversia tras otros accidentes en los que los pilotos no tuvieron tanta suerte. Uno de estos elementos que no gustaban a los conductores –el propio Grosjean lo había criticado, aunque el domingo reconoció que le salvó la vida– es el HALO, ese apéndice en forma de horca frente al habitáculo, fabricado en titanio y capaz de soportar cargas de hasta doce toneladas, que protege la cabeza del impacto de cualquier elemento exterior. Junto a él, hay toda una serie de mecanismos que conforman un sofisticado sistema de seguridad cuya eficiencia, por si alguien albergaba alguna duda, quedó de sobra demostrada el domingo.

Sí, Romain Grosjean está vivo de milagro. Y gracias a unos particulares ángeles de la guarda que, lejos del protagonismo que rodea a los pilotos, trabajan en la sombra salvando sus vidas. A ellos va dedicada esta columna.

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