La ciencia es noticia

07 enero 2021 09:50 | Actualizado a 07 enero 2021 10:16
Se lee en minutos
Participa:
Para guardar el artículo tienes que navegar logueado/a. Puedes iniciar sesión en este enlace.
Comparte en:

Es verdad todas las enfermedades mentales, devienen en trastornos neurológicos, lo que hay que explicar, es la causa. La depresión se debe a los bajos niveles de serotonina, pero ¿cuál es la razón por la que unas personas en momentos determinados tienen bajos niveles de serotonina?

Sí, la realidad biológica de la enfermedad es una verdad, pero hay que rastrear la etiología de la afección, los factores influyentes a lo largo de la vida.

Las demencias, la esquizofrenia, deben interpretarse como consecuencia de unas muy complejas interacciones de las personas con los otros y con el medio.

Los traumas infantiles y la adversidad, influyen en el ulterior desarrollo de la psicosis.

El entorno social, económico y físico en que viven las personas, determinan en gran medida la salud mental y los trastornos mentales.

La salud, debe reinterpretarse como un concepto social. Recordemos, que las relaciones de confianza, reciprocidad y apoyo, resultan muy saludables.

Por el contrario, la soledad provoca cambios en el estado psicológico, incluidas la sintomatología depresiva, la ansiedad, la hostilidad. Resulta ser un importante factor de riesgo, un predictor de deterioro cognitivo. Además aumenta en adultos, la morbilidad y mortalidad.

No debemos psicopatologizar la vida cotidiana, la mayoría de la ciudadanía interacciona con situaciones negativas, con emociones adversas y las gestiona, mostrando una correcta salud mental.

La pandemia ha generado sensación de desabrigo, pacientes desestabilizados, dolor, vivencia de pesadilla, amargura, sentimiento de indefensión, pérdida de la capacidad de decidir, desesperanza.

Sí, la pandemia ha intensificado la fragilidad de las personas, si bien los problemas mentales y en general no se dejan ver a simple vista.

Subrayamos que es en la interacción con el entorno, que se explican los problemas mentales. Constatamos que son los pobres y desfavorecidos quienes padecen en términos desproporcionados los trastornos mentales y sus consecuencias.

Proclamemos, que no hay salud, sin salud mental, y que cada vez, y en todo el mundo, se prescriben más psicofármacos para depresión, ansiedad, timidez, fobias, trastornos postraumáticos y trastornos obsesivo-compulsivos.

Se aprecia un alarmante expansionismo diagnóstico que transforma lo que son acontecimientos normales de la existencia, en categorías psicopatológicas. – Véase la tristeza en todas las edades, o la irritabilidad en la infancia.

Somos los psicólogos clínicos los que junto a algunos psiquiatras, nos asomamos a los trastocados mundos interiores. Por cierto, ¿cuál es la razón por la que quienes ejercen la psicología no medican? Porque autoconocimiento; responsabilidad; autocontrol; socialización; autoestima; no se dispensan en la farmacia; tampoco la autonomía…

Sabemos que el cuidado de la salud física incide en una mejor salud mental, y es que nuestros genes, cerebro, demandan ejercicio, es natural, es parte de nuestra evolución.

También conocemos que es fundamental la inteligencia emocional, y no menos la inteligencia social, pues para sobrevivir resulta esencial la relación de un cerebro con otro, y mejor con otros.

Por tanto, transmitamos a las jóvenes generaciones, la importancia de: apreciar la interacción entre emoción, proceso cognitivo, sentimiento, conducta. Potenciar la curiosidad. Aprender a escuchar y comunicar. Solucionar conflictos. Forjar voluntad y resiliencia.

Ayudémosles a elegir los objetivos y a concentrar su capacidad, energía y atención a los planes elaborados a ese fin. A esforzarse en y por algo, apasionarse y dejarse embriagar por ello.

Sí, temporalizar, compartir y debatir ideas, enamorarse de la vocación, persistir.

Dejemos en heredad que existe relación de causalidad, correlación entre esfuerzo y éxito subsiguiente. Que no es lo mismo tener un buen trabajo, que hacer un buen trabajo.

Transmitamos que tendemos a exagerar lo que nos producirá alegría, y lo que nos conllevará desgracia, siendo que la adaptación hace que ni lo uno, ni lo otro resulte tanto como prevemos.

Eduquemos en integrar la diversidad; mostremos (en lo posible) como atinar en la toma de decisiones; orientemos la capacidad de imaginar y hacerlo en cosas bellas; prioricemos el cuidar las relaciones personales, el preocuparse por el prójimo.

Expliquemos proactivamente que cada día es nuevo, que hemos de sentirlo, que la plenitud vital, la satisfacción se puede alcanzar entregándose al servicio de algo que nos trasciende. Que la gratitud es clave.

Poseemos psicohistoria, percepción y memoria interna de nuestra existencia. Que sufrir es duro, pero aporta hondura al ser.

Hemos de intentar alcanzar la libertad interior, no dejándonos atrapar ni incordiar por arrogancias, obsesiones, rencores, envidias, celos.

Prevengamos el incesante flujo de información que nos abruma, asedia la atención. Y de la avalancha de incentivos para la acción, para la búsqueda de experiencias y emociones que sobresaturan nuestro espacio cognitivo. De la rastrera mercantilización del deseo.

No todo debe generar valor o envolverse en espíritu empresarial, dejemos que los afectos, la creatividad, el lenguaje, fluyan libremente, gustosos de no cotizar en bolsa.

En cuanto a la vivencia individual, única, es cierto que la estadística nos resulta poco útil para la vida real.

También es constatable que heredamos un pensamiento que transmite que en tiempos de zozobra es mejor no moverse, pero las crisis modernas han constatado que ese código está oxidado por obsoleto.

Terminemos, pues como dejó dicho William Shakespeare: «La brevedad es el alma del talento».

Javier Urra: Dr. en Psicología y Dr. en Ciencias de la Salud. Académico de Número de la Academia de Psicología de España.

Comentarios
Multimedia Diari