La condena de Mursi

Probablemente Mursi y los otros condenados a muerte no serán ejecutados

19 mayo 2017 22:31 | Actualizado a 22 mayo 2017 18:01
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Mohamed Mursi, expresidente de la República de Egipto, fue condenado a muerte por un tribunal cairota. Y con él lo fueron igualmente en apelación otros 98 prisioneros, incluyendo figuras clave de los Hermanos Musulmanes, como su último jefe, Mohamed Badie, y su líder parlamentario, Said al-Katatmi. aunque la inmensa mayoría lo han sido en ausencia, porque se puso a salvo a tiempo.

Es la tercera vez que el antiguo jefe del Estado, democráticamente elegido hace tres años, es juzgado y sentenciado y ahora, además de la condena a muerte, ha sido condenado a prisión perpetua (25 años de hecho) convicto de «espionaje», o sea colaboración con fuerzas hostiles, como el Hamas de Gaza o el Hizbolá del Líbano, para «desestabilizar Egipto».

Si todos los procedimientos han sido vistos como «farsas sin ninguna credibilidad» (según Amnistía Internacional) al servicio del nuevo régimen, militar de hecho, salido del golpe que acabó con su Gobierno en julio de 2013, lo de ahora bate un récord de originalidad porque el delito mayor que se le atribuye ahora es su fuga de la cárcel en los días de la revolución popular de enero de 2011, sostenida por una impresionante mayoría social que abrió las prisiones y liberó a todos los presos políticos.

Para la bien dispuesta judicatura egipcia, la ley es la ley y nada parece haber ocurrido en el país desde entonces. ni siquiera la aprobación libre de la buena Constitución elaborada durante el corto mandato de Mursi por el 62% de votos contra el 35%, es decir algo menos entusiasta que la del golpista presidente El-Sisi, quien se hizo una a la medida refrendada por el 98% en enero del año pasado. Si a esto se añade que Mursi ganó la presidencia por el 52% frente al 48% de Ahmed Shafik en junio de 2012 pero que el mariscal el-Sisi fue elegido con el 97% en junio de 2014 contra el 3% de un tal Hamdin Sabahi, está claro que los egipcios quieren mucho más al mariscal que al ingeniero islamista y los tribunales confirman categóricamente el admirable hecho.

Probablemente Mursi y los otros condenados a muerte, no serán ejecutados porque siempre queda una instancia de última apelación que, debidamente advertida, y con la diligencia del aparato judicial, entrenado bajo Nasser, Sadat y los casi treinta años de Mubarak, sabrá lo que hay que hacer. Si no fuera todo tan teatral e injusto, sería hasta divertido, pero es muy grave. Los militares han satanizado a los Hermanos Musulmanes y privado a Occidente de un aliado clave en la lucha contra el radicalismo islamo-terrorista del EI, entre otros favores, pero no cometerán el error de asesinar judicialmente a Mursi y los demás. porque eso podría provocar una guerra civil en Egipto y la emergencia de un islamismo que quiso ser político y fue obligado a ser «terrorista». Y nosotros, en nuestra amenazada comodidad occidental, no podríamos condenarlo sin más.

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