La cultura y la incultura

Menéndez Pelayo dijo de Bartrina que tenía verdadero ingenio, más que juicio y gusto

19 mayo 2017 18:38 | Actualizado a 21 mayo 2017 17:08
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Voy a escribir bien del Ayuntamiento de Reus. Bueno, de su Consejería de Cultura, porque otras cosas veo que no tienen remedio… o no saben, los pobres.

Resultó que hace un par de años, pasando por la plaza de Cataluña de Reus, me dí cuenta de lo abandonada que estaba la escultura dedicada en aquel lugar a Joaquín Mª Bartrina. Sucia, descoloridas las letras, herrumbrosas, daba lástima. Así que escribí al Concejal correspondiente exponiendo su situación, así como el error con que muchos turistas miran la estatua del “Condesito”, junto a la plaza de la Llibertat, que creen que aquella figura es la de Fortuny, nombre que aparece debajo, sin más explicación.

El edil tomó nota, contestó correctamente y ahora veo que, al menos en parte, se ha corregido el abandono de la primera estatuta, pero no se ha hecho nada con la segunda; así que los turistas siguen creyendo que Marià Fortuny era un noble bastante cursi.

En cuanto a Bartrina, se ha lavado todo el pedestal y se han corregido las letras que le señalan como “filósofo y poeta”; quizás algunos lectores no le conozcan. Su obra, casi toda en lengua castellana, mereció reproches y alabada, según quién la mirara.

Nada menos que el imponente don Marcelino Menéndez Pelayo, en su magna obra Historia de los heteredoxos españoles define a Bartrina como un poeta “cuyos versos son pesimistas, ateos y heinianos. Bartrina tenía verdadero ingenio (mucho más que juicio y gusto)”.

Es que el reusense pertenecía al movimiento realista (no monárquico, sino de la comprobación real de las cosas) y resultaba pesimista. Decía lo siguiente:

“El hombre al hombre olvida si le es indiferente, cuando muere,

y si le debe algún favor, en vida”.

Con estas ideas, Bartrina encontró numerosos críticos y obstáculos, no siendo reconocido su verdadero talento. Quizás habría que repasar su obra. Aunque diga cosas como éstas:

“ Si no hay alma, ni hay Dios, ni hay otra vida después de la terrena, ¿por qué, para qué, quién a este terrible suplicio de la vida nos condena?.

La incultura, en cambio, la encontramos en lo ocurrido con la muerte de un torero. Una persona dedicada a su profesión, mejor o peor considerada. Una persona joven, con todo un futuro a desarrollar. Truncada en Teruel, por un toro que cumplió su deber natural de defenderse del hombre.

Ha habido una lluvia de mentecatos, de cobardes, de descerebrados expresando en las redes sociales toda clase de injurias sobre el hombre muerto. Una cosa es que se critique su profesión, que se luche porque desaparezca una tradición en la que se martiriza a un animal, aunque, como se ha visto, se ponga la vida del hombre por delante. Otra, volcar toda la miseria de unas mentes, que, sin duda han entrado en terreno sancionable, o por la vía penal, o por la vía civil por atentar a la dignidad de la persona.

¡Qué lástima que desperdicien su mala uva en la sombra de los móviles y los ordenadores!...

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