La democracia y el voto

La democracia plebiscitaria en realidad se opone a la democracia parlamentaria

19 mayo 2017 22:51 | Actualizado a 22 mayo 2017 18:10
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¿Qué es la democracia?, me preguntas, fijando en mi mirada tu pupila azul. ¿Democracia?: democracia eres tú, y tu voto.

Tenemos muy gastada la palabra democracia y muchos no saben ni de dónde viene ni casi qué significa. Como ya sabréis por las películas norteamericanas, el presidente Lincoln la definía como el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Precioso el concepto y la exposición. Pero quizás no hay un ejercicio político más débil y problemático que el de la democracia. Pero que es el menos imperfecto.

Esto lo supieron los griegos –los atenienses, vamos– que usaban la palabra demos por el pueblo y kratós del poder, el gobierno del pueblo. Pero el pueblo –Atenas– que formaban unos 400.000 habitantes no era tal. Solamente tenían todos los derechos –y el de votar– los hombres ciudadanos del Ática, o sea, unos 40.000. Los demás –esclavos, mujeres y niños– no podían.

Esos ciudadanos de pleno derecho podían ejercitar su oratoria, su opinión, en asamblea pública, y muchas decisiones se tomaban por aclamación, según era la esplendidez del orador o la urgencia bélica. Los cargos públicos –que eran remunerados– se adjudicaban por sorteo y el poder judicial lo ejercían ciudadanos que daban su veredicto de forma secreta.

Sus grandes pensadores opinaban así: Platón (Las Leyes) creía que la aristocracia agraria era la más estable, mientras que Aristóteles entendía que lo era la figura mixta de esa aristocracia y de la democrática. Así estuvieron 200 años.

Con la evolución de los siglos, no se volvió al uso de la democracia hasta que el liberalismo la rescató a partir del siglo XVIII. Entonces surge la democracia representativa (con Locke, Mill) y la directa (inspirada en J. J. Rousseau). En la representativa, el representante es el intermediario de los que le votan, pero tiene facultad de decidir, fiduciaria, no de delegación. Burke la definió como la acción del Parlamento por la nación, como un todo. Tocqueville señala que la sociedad democrática es una sociedad materialista, dominada por la pasión igualitaria, y por el bienestar material, la movilidad social y el individualismo; la posible debilidad del individuo se contrarresta, nos dice, al perseguir objetivos en común, asociándose para defender sus opiniones e intereses.

Ya en nuestra época, es interesante la opinión de R. Dahl que sitúa a la democracia como el sistema ideal, y la poliarquía como democracia real. Desgraciadamente, solamente un tercio de los países está regido por una poliarquía, y el resto por sistemas totalitarios, a veces burdos remedos de los democráticos.

¿Qué criterio debemos aplicar para saber si estamos ante un régimen democrático?... La profesora Yolanda Casado, de la Universidad Complutense de Madrid, nos los da: existencia de una igualdad de base en el acceso al voto; igualdad de oportunidades de participación en las decisiones; igualdad de oportunidades en los procesos a través de los cuales se aprende a comprender qué quiere uno, delimitación de los intereses, las metas y los valores; control final de los asuntos públicos y de las decisiones por los ciudadanos; y, por último, el cuerpo de los ciudadanos debe ser inclusivo, es decir, no debe ser excluido de los derechos ninguna parte de la población.

Hay quien dice –Luis Alcalá Zamora– que existe una «piratería democrática», es decir, de quienes fingen desearla y proclaman servirla desde la oposición para escalar el Poder y después no admitir el juego de los verdaderos demócratas. ¿A qué les suena?...

La «democracia plebiscitaria» era la característica de los regímenes fascistas, y en realidad se opone a la democracia parlamentaria, aunque en la forma no lo parezca. ¿A que también les suena?...

Acabo: aunque estamos en una democracia incompleta podemos usar nuestro único y decisivo poder: el del voto, libre y secreto, no lo olvide, lector. Así podrá decirse ante el espejo: he actuado como un demócrata.

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