La excepcionalidad de la normalidad

El objetivo de casi todas las papeletas del 21-D será evitar la mayoría de los partidos que cada uno identifica como «el bloque del mal»
 

17 diciembre 2017 18:21 | Actualizado a 17 diciembre 2017 18:25
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Una de las características más singulares de los comicios que se celebrarán la próxima semana es que ni siquiera nos ponemos de acuerdo en lo que son. Para algunos, esta convocatoria constituye la demostración empírica de que la ley siempre se abre camino, una señal de normalidad en la que confían para recuperar ese sosiego político, social y económico que perdimos hace años. Pero existen también muchos otros que tachan estas elecciones de ilegítimas, fruto de un estado de excepción intolerable, en las que se ven obligados a participar para no entregar pasivamente el poder al enemigo.

A pesar de estas antagónicas premisas, existe un punto en común que comparte la práctica totalidad del cuerpo electoral: vivimos unos comicios atípicos. Por ello sospecho que los partidos que han decidido llevar a cabo una campaña al uso, confrontando medidas de gobierno concretas, están dilapidando energías inútilmente. El objetivo central de la práctica totalidad de las papeletas que se depositen el próximo jueves será evitar la mayoría absoluta de los partidos que cada uno identifica como «el bloque del mal». La prueba definitiva del destrozo político y social que estamos viviendo en Catalunya es que la victoria de la propuesta contraria a nuestra opinión, sea cual sea, no será asumida como una eventualidad consustancial al juego democrático, sino como la muerte de la propia democracia.

Puede que el horizonte más saludable sea un resultado que no otorgue una victoria aplastante a ninguno de los contendientes

Precisamente por ello, puede que el horizonte más saludable para nuestra sociedad, en cuanto sujeto político quebrado y sobreexcitado, sea un resultado que no otorgue una victoria aplastante a ninguno de los contendientes. Aunque esta posibilidad genere cierta sensación de ingobernabilidad, Catalunya jamás ha necesitado más que ahora un gobierno transversal. Pensemos que la alternativa sería, por un lado, más de lo mismo (vuelta al laberinto procesista, poco después de que todos hayamos podido comprobar las bochornosas miserias de un proyecto fracasado, suicida y carente del más mínimo rigor) o por otro, un movimiento pendular tan acusado hacia el unionismo que el inmemorial sentimiento de agravio de los soberanistas alcanzaría el paroxismo (un fenómeno que aseguraría la continuidad indefinida y agravada del conflicto). Los incendios se controlan enfriando el terreno, no calentándolo aún más, y sólo un gobierno plural podrá bajar la temperatura política catalana.

La dura pugna entre republicanos y exconvergentes por la bolsa de votos que antes compartían  vive momentos críticos. ERC y PDeCAT disfrutaron durante años de una confortable cama de matrimonio gracias a Junts pel Sí, pero este amplio edredón ha volado con la llegada del invierno, y la limitada manta actual hace inevitables los tirones. El caladero electoral independentista es el que es, y como cantaba un grupo noventero, «esto se acabó, nada es tuyo, nada es mío, ¿cómo repartimos los amigos?» Los republicanos se las prometían muy felices hace dos meses, con todas las encuestas abrumadoramente a favor, pero la imagen icónica del president a l’exili y la evidente mediocridad de la sustituta de Oriol Junqueras parecen estar dando la vuelta a la tortilla. En cualquier caso, el objetivo de reeditar una mayoría absoluta secesionista exigirá que ambos partidos logren como mínimo los mismos escaños que hace dos años, teniendo en cuenta el augurado retroceso de la CUP.

PP y Ciudadanos, flexibles

En el extremo contrario tenemos a otro par de mellizos con el mismo problema. PP y Ciudadanos batallan a sangre y fuego por el voto militantemente españolista. No es nada personal, sólo son negocios. Arrimadas navega con viento de popa gracias a su partido de diseño, cuyo horizonte ideológico es un misterio incluso para sus estrategas. ¿Las encuestas dicen que les conviene presentarse en sociedad como reformistas socialdemócratas? Pues adelante. ¿Sería posible mejorar sus resultados convirtiéndose en yuppies liberales? Pues adelante. ¿Quizás podrían ampliar su base electoral con un patrioterismo a lo Manolo el del bombo? Pues adelante. Gente flexible.

Por su parte, los populares se hunden sin remedio en las encuestas, en justo pago por su innegable corresponsabilidad por acción y omisión en los polvos que trajeron estos lodos. Para colmo, han puesto al frente a un líder lamentable, de oratoria paupérrima, cuya voz recuerda cada vez más a los distorsionadores que compran los secuestradores de tres al cuarto. Cada vez que Albiol abre la boca sube el pan y el descalabro electoral parece garantizado.

Finalmente, la izquierda no independentista presenta en estos comicios dos candidaturas que defienden la necesidad de abandonar el frentismo. En primer lugar, el PSC vuelve a aparecer como referente de quienes defienden sin fisuras el respeto a la ley, pero con el objetivo explícito de cambiarla en clave federalista. La imagen de los socialistas ha sufrido un duro desgaste por su respaldo al 155, pero cuentan con uno de los liderazgos más sólidos y brillantes del actual panorama catalán. Aunque Miquel Iceta sigue empeñado en construir puentes que muy pocos desean transitar, ha dado ejemplo con la incorporación de candidatos de la antigua Unió. Se trata de una maniobra de efectos impredecibles, pero su decidida apuesta por la transversalidad parece que comienza a dar sus frutos en las encuestas.

Por último tenemos a Catalunya en Comú, el partido de Ada Colau, quien ha convertido el arte del equilibrismo político en una verdadera religión. Han acertado colocando en sus carteles a Xavier Domènech, un tipo lúcido y sensato. Sin embargo, ni siquiera así consiguen acercarse al respaldo de Podemos en otras latitudes, puesto que en Catalunya el descontento ciudadano ya ha sido capitalizado por el independentismo. Pese a todo, aún cabe la posibilidad de que los comunes conquisten la llave para sacarnos del laberinto. El jueves lo sabremos.

*Dánel Arzamendi, abogado de empresa

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