La frontera rusa

La gente de la antigua superpotencia no acepta haber perdido la guerra fría

19 mayo 2017 22:27 | Actualizado a 22 mayo 2017 18:04
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Las reuniones periódicas de los máximos dirigentes europeos empiezan a parecer un episodio del día de la marmota, por las negociaciones constantes con Grecia que no terminan de llegar a buen puerto. Pero el Consejo Europeo de esta semana no solo se ha ocupado de lo urgente -evitar por ahora el descalabro heleno y la primera salida de un país de la zona euro- sino también de lo importante, la seguridad y la defensa europea. La Alta Representante, Francesca Mogherini, y su equipo preparan una nueva estrategia que refuerce uno de los capítulos menos desarrollados y más necesarios de la integración europea. Uno de los temas centrales del debate es sin duda la relación con la Rusia de Vladímir Putin, un asunto también prioritario en la agenda de EE UU. Los expertos de ambas orillas del Atlántico deben reconocer el error de partida en el análisis sobre la Rusia que sucedió a la Unión Soviética. Se daba por supuesto que la nueva nomenclatura de Moscú querría que su país se convirtiera en un actor internacional homologable en el mundo occidental, con relaciones normales y beneficiosas con sus vecinos europeos. La modernización de Rusia solo podía venir del Oeste. Pero no se dio suficiente importancia al sentimiento nacionalista.

La mayoría de la población de la antigua superpotencia no acepta el hecho innegable de haber perdido la guerra fría. La toma del poder por Putin, una personalidad compleja y destructiva, ha complicado enormemente la relación con Occidente. El exoficial de la KGB ha alimentado con maestría táctica un sentimiento de humillación colectiva y ha fabricado un enemigo externo que le exime de gestionar problemas domésticos. De este modo, las fronteras con Rusia vuelven a tener importancia una estratégica central para europeos y norteamericanos. Mientras los europeos reflexionamos de mano de Mogherini, la OTAN, financiada en tres cuartas partes por EE UU, ha movido sus fichas para establecer una verdadera política de contención. El reciente envío de tanques a la frontera, el anuncio de la creación de nuevos cuarteles en la zona, con especial atención a los países bálticos, y la preparación de una Fuerza de Acción Rápida, prueban esta nueva orientación de la defensa occidental. La guerra en Ucrania, no obstante, sigue planteando preguntas muy difíciles de responder. Nadie sabe si se puede hacer frente a esta agresión solo con sanciones económicas.

El admirable frente unido de europeos y norteamericanos en este terreno empieza a resquebrajarse, ya algunos países de la UE no quieren seguir aplicando estas medidas que dañan sus exportaciones. La opción de armar a los ucranianos ya no estaría encima de la mesa, porque no se puede equilibrar el conflicto solo con medios locales. Aunque la plutocracia de Kiev han fallado una y otra vez a su población, Washington y las capitales nacionales sopesan si dejar que un país tan importante caiga en manos del zar Putin.

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