La mentira

La noticia de la semana pasada ya nadie la recuerda. Quién miente y es descubierto solo tiene que dejar pasar un número prudencial de días, generalmente corto, para que nadie recuerde la mentira 

22 octubre 2020 11:10 | Actualizado a 22 octubre 2020 11:17
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La mentira se ha instalado en el debate político como algo normal. Es una forma más de hacer política. Siempre se ha achacado a los políticos no ser sinceros con el electorado, de no cumplir sus promesas electorales, pero ahora directamente mienten, y lo más grave de todo es que no ocurre nada, nos hemos inmunizado a las constantes mentiras. Hace unos años, los políticos quizás no nos decían toda la verdad, o tergiversaban con cierta inteligencia la verdad para ocultar una mentira, ahora simplemente mienten, sin ruborizarse, sin que les tiemble la voz, al contrario, cuanta más seguridad demuestren en explicar la mentira mejor, siempre habrá partidarios que no crean que es una mentira.

Y tenemos gloriosos ejemplos recientes, desde el «con Podemos nunca pactaré» a las noches de insomnio por tener a Pablo Iglesias en el Gobierno, del actual presidente Pedro Sánchez, a las diferentes versiones del ministro Ábalos sobre la visita de la vicepresidenta de Venezuela Delcy Rodríguez, en las que cada versión ponía al descubierto la mentira de la anterior, pero es igual, aquí no dimite nadie por una mentirijilla de nada. Otras mentiras ya son más graves porque afectan directamente a los ciudadanos, la tergiversación de los datos de la pandemia, o la existencia de un comité científico que iba dictaminando qué comunidades y provincias iban cambiando de fase en la desescalada, y al que hacía referencia el propio presidente del Gobierno en sus Aló Presidente de los fines de semana, explicando con todo lujo de detalles que la decisión de cambio de fase no era política sino de un comité científico, comité que resultó inexistente y por lo tanto una gran mentira. ¿Qué ha pasado?, pues nada todo sigue igual y con las expectativas electorales intactas según las encuestas. Pero tal vez la más gran mentira, o mejor dicho, el más grande engaño que se ha producido en los últimos años tuvo lugar en Cataluña, hace ahora algo más de tres años. Insistentemente los políticos catalanes de los dos partidos que gobernaban PDeCAT y ERC, aprovechaban cualquier ocasión para declarar con toda solemnidad, que habían construido las estructuras de estado necesarias para que, una vez declarada la independencia, Cataluña pudiera funcionar estupendamente, pronto supimos que era todo falso. Este gran engaño fue completado con pequeñas mentiras, como que la Cataluña independiente sería ipso facto miembro de la Unión Europea, o que multitud de países reconocería a la Cataluña independiente de manera inmediata enviado rápidamente sus embajadores, porque en definitiva el Procés fue también toda una gran mentira. Pero nada cambio, después de que se pusiera al descubierto que todo era falso, su electorado les siguió votando en las elecciones de diciembre del 2017, sin tener en cuenta la gran mentira, como vemos mentir no desgasta.

Con la grave crisis que se avecina necesitamos a los mejores gestionando este país, y no incompetentes que necesitan mentir para continuar con un sueldo público que nunca obtendrían en la actividad privada

Pero no crean ustedes que la mentira, como algo normal en la política es cuestión exclusiva de España, muy al contrario, basta recordar la campaña del Brexit en la que muchos políticos mintieron sobre las consecuencias económicas de la salida del Reino Unido de la Unión Europea, mintieron conscientemente a la población como luego se demostró, y entre ellos Boris Johnson y ¿qué ocurrió?, pues que le eligieron primer ministro. Otro de los políticos abonado a la mentira como instrumento habitual de trabajo es Donald Trump, mintió en la campaña electoral, y le premiaron con la elección como presidente de los Estados Unidos, miente durante su presidencia en innumerables ocasiones, la última sobre su declaración de la renta, y resulta que casi puede ser reelegido según las encuestas; y si no lo es, no será por sus mentiras, sino por el Coronavirus que se ha cebado con la población norteamericana. Podríamos seguir con innumerables ejemplos en nuestra casa y fuera de ella, pero la conclusión es que la mentira como arma política habitual no pasa factura a quien la utiliza.

Seguro que los sociólogos encontraran razones científicas que expliquen el fenómeno, pero para mí existen dos factores esenciales que influyen de manera determinante. El primero, la vertiginosa rapidez con que ocurren y se trasmiten las noticias, recibimos continuamente nuevas informaciones que provoca que las anteriores rápidamente queden obsoletas y nos olvidemos de ellas. La noticia de la semana pasada, ya nadie la recuerda. Por ello, quién miente y es descubierto solo tiene que dejar pasar un número prudencial de días, generalmente corto, para que nadie recuerde la mentira, si además nos encontramos en una sociedad altamente polarizada, en la que no se cuestiona a los del propio bando, en la que todo es blanco o negro, en la que hemos perdido toda actitud crítica, unido a la proliferación del fenómeno de las fake news, que crean confusión sobre lo que es verdad o no. Todo ello crea un campo abonado para que el individuo se cierre sobre sus propias convicciones y no cuestione a los suyos, prefiere olvidar la mentira que razonar de manera crítica, por lo que las consecuencias de la mentira son mínimas en el electorado.

El segundo factor sería la carencia de formación de los actuales dirigentes políticos; y cuando hablo de formación no me refiero solo a títulos, me refiero a formación humana, formación en principios, aquella que no dan los títulos académicos, sino que se adquiere en el día a día de cualquier trabajo, aprendiendo de las dificultades de cualquier trabajador o autónomo, porque la mayoría de la clase política no ha trabajado nunca fuera de la política.

La política tiene que ser una vocación de servicio a la sociedad con fecha de caducidad, la limitación de mandatos impediría que personas que en la vida real serían incapaces de gestionar una empresa o un negocio estén ahora gestionando un país. Es imprescindible renovar nuestra clase política. Y, sobre todo, ahora con la grave crisis que se avecina necesitamos a los mejores gestionando este país, y no incompetentes que necesitan mentir para continuar con un sueldo público que nunca obtendrían en la actividad privada.

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