La mordaza

Llevarse la mano a la boca para taparla es una invitación al silencio voluntario

19 mayo 2017 23:48 | Actualizado a 22 mayo 2017 11:23
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Deberían votarse también los gestos del año. Igual que hacen con las palabras -esta vez ha ganado ‘selfi’ seguida a poca distancia por ‘postureo’, que era mi candidata-, o con las fotos de prensa, o con los libros de poesía -no se pierdan ‘Los desengaños’, de Antonio Lucas-. No me refiero a los gestos nobles, al héroe anónimo que rescata del fuego a una criatura o al indigente que encuentra una cartera con diez mil euros y la devuelve a su dueño. Pienso en los gestos sencillos, los que a fuerza de repetirse mecánicamente acaban siendo simples tics que pasan inadvertidos, pero que no por ello dejan de retratarnos. También en esos movimientos hay modas. Y tienen su mimética. Quiero decir que se contagian y se propagan.

¿Se han fijado en cómo los personajes públicos se tapan la boca cuando hablan con alguien que está al lado? Yo diría que es el gesto del año, o por lo menos el que más me ha llamado la atención por lo repetido. Antes lo hacían los chicos para preservar sus cuchicheos, como dando a entender no sin cierta malicia que el mensaje tenía un destinatario exclusivo y que solo a él debía llegarle. La mano usada como tapabocas marcaba la ruta del secreto y actuaba a la vez de muro de contención para que lo dicho no saliera de allí. Ahora ya lo practica todo el mundo, dentro de la tendencia a la mala educación triunfante, para intercambiar confidencias que se supone delicadas sin que nadie se entere. Porque hoy día ya no es que las paredes oigan; es que con tanto artilugio electrónico al acecho nos pueden escuchar desde cualquier parte. No creo que Casillas y Ancelotti se pasen las claves de ninguna caja fuerte cuando se cubren los labios con la mano, ni que cada vez que los ministros y sus asesores hacen lo propio estén tratando de altos secretos de Estado. Hay algo en estos gestos que recuerda el lenguaje de los abanicos practicado por las damiselas en sus flirteos palaciegos, pura frivolidad vanidosa para hacerse el interesante. Si algo inquieta de este tic del año no es su dudosa función de celosía, sino su parecido con la mordaza. Llevarse la mano a la boca para taparla es una invitación al silencio voluntario, a no hacer públicas las ideas y las opiniones propias, a medir las palabras por miedo de que venga alguien a hacernos pagar por ellas. Uno escribe esto al final del año sabiendo que se leerá al año siguiente, lo cual produce una sensación extraña, como de pirueta en el tiempo. Pero quizá sea también porque en este 2015 entrará en vigor la Ley de Seguridad Ciudadana: la que hará que taparse la boca deje de ser un gesto de moda para convertirse en una necesidad imperiosa.

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