La nueva guerra fría

13 agosto 2020 08:10 | Actualizado a 13 agosto 2020 08:23
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Todavía tenemos muy recientes los cuarenta años de tensión que nos hicieron pasar las dos grandes potencias de la época: Estados Unidos con la OTAN, y la Unión Soviética con el Pacto de Varsovia. Las amenazas recíprocas de un enfrentamiento armado, con la agravante del recurso extremo de la bomba atómica que ambos contendientes se esforzaban por tener siempre a punto.

Los sobresaltos, casi diarios, que la situación provocaba mantenían al mundo en vilo temiendo una nueva contienda como las dos que Europa acababa de sufrir. Aquella tensión dificultaba el buen entendimiento entre los países hipotecados en alguno de los dos bloques y paralizaba el desarrollo que solo se puede conseguir a través de la cooperación.

Por eso es preocupante oír hablar de una nueva versión de aquella funesta etapa histórica, claro que no sería lo mismo. Para empezar, cambiaría uno de los contendientes. La URSS ya no existe y Rusia, su sucesor, no pasa de ser el tercero en discordia. Ahora su lugar lo ocupa China, que entonces se movía en la escena internacional sin que nadie pudiera imaginársela convertida en una superpotencia.

El enconamiento que ha asumido con los EE UU por el poder y control internacional también ha cambiado sus argumentos. La anterior guerra fría tenía una pugna de carácter ideológico, entre la expansión del comunismo soviético y la defensa de la libertad y el capitalismo que lideraban los norteamericanos. El conflicto se planteaba sobre la fuerza militar que cada uno exhibía.

La nueva guerra que se anticipa, la ideología, a pesar de ser diferente, ya no cuenta. Además de cambiar uno de los contendientes también cambiaron los objetivos: ahora son económicos y científicos. Las dos potencias tratan de imponer sus avances y conquistar los mercados. Los incidentes que genera esta competencia van en aumento y se complementan con actos de hostilidad que estimulan el enfrentamiento.

Contribuye la actitud cambiante, y a menudo provocadora, del presidente Donald Trump. La pasada semana, después clausurar el consulado chino en Houston, sin más razón que estar instalado en una zona industrial lo que le facilitaría espiar las actividades neotecnológicas que allí se realizan. Siguiendo la tradición diplomática de reciprocidad, los chinos hicieron lo mismo con otro consulado de los Estados Unidos.

Mientras tanto, para empañar más las relaciones, la Secretaría de Estado en Washington anunció que enviaría un representante a Taiwán, la isla independiente que China reivindica como parte de su territorio. No se trata de un embajador oficial, pero para buen entendedor, las explicaciones sobran: el Gobierno de Pekín ha protestado y esperará el momento de tomar represalias. Es una intromisión más como las que considera la actitud en el conflicto que existe en Hong Kong.

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