La polémica sobre el AVE

No parece discutible que el AVE es un valioso patrimonio que no hay que desdeñar

19 mayo 2017 23:03 | Actualizado a 22 mayo 2017 21:22
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Ciudadanos, la organización emergente que dirige con éxito Albert Rivera, ha asumido parcialmente la propuesta del economista Luis Garicano que consiste en detener las inversiones en el AVE, que serían a su juicio “gasto suntuario”, para destinarlas al fomento de la innovación. Rivera ha matizado la idea, que ha quedado reducida a una ralentización de la alta velocidad para reservar una parte -unos 1.000 millones de los 3.500 que se destinan anualmente a esta modalidad de ferrocarril- al establecimento de empresas tecnológicas que animen la productividad de nuestro tejido económico, conforme a los modelos ya experimentados en países como Alemanioa, Israel o Australia.

Las críticas teóricas al AVE no son nuevas y en su mayor parte se basan en criterios de racionalidad económica: la alta velocidad no sería sostenible si hubiera que amortizar las infraestructuras. Determinadas líneas, como Madrid-Galicia o Madrid-Extemadura, son particularmente ruinosas en estricto sentido económico, es decir, si se compara el coste -que debe incluir la prestación del servicio y la amortización de la inversión- con el beneficio material obtenido. Sin embargo, parece claro que la racionalidad económica no puede ser el único criterio de decisión política. Y que el desarrollo del AVE produce numerosos intangibles de muy difícil evaluación pero cuya existencia es manifiesta. Intangibles muy criticados (véase por ejemplo el artículo “Catálogo de falacias para justificar la inversión en el AVE de Gerard Llobet en ‘Nada es gratis’) pero que tienen un valor poco cuestionable.

Desde que el PSOE acometió la línea Madrid-Sevilla que formó parte de los llamados fastos del 92, los dos grandes partidos han desarrollado una red encaminada a llevar la alta velocidad a todas las capitales de provincia. Y el argumento utilizado preferentemente ha sido la cohesión. El concepto es difuso pero rico en contenidos, e incluye tanto la movilidad en abstracto como el estatus igualitario de todos los españoles en lo tocante al transporte público. Es difícil discutir que esa magnífica red de comunicaciones, que ya alcanza los 2.500 kilómetros (sólo por detrás de China), lo que nos coloca en el primer lugar en el ranking mundial con 54 kilómetro por millon de habitantes, no forma un engrudo que vincula a las quince comunidades autónomas peninsulares y que consitituye un factor de bienestar y de progreso.

El AVE es además un poderoso reclamo turístico, en un país que es el tercero del mundo en número de visitas y el segundo en recaudación económica. Facilita y fomenta el turismo extranjero y también el interior. Y ello en un doble sentido: porque proporciona el mejor transporte terrestre a lo largo del territorio y porque prestigia la marca España, un reclamo de gran valor para nuestros potenciales visitantes.

El AVE, además, no es neutro tecnológicamente sino al contrario. La alta velocidad ha sido y está siendo un verdero laboratorio de I+D, y España es hoy la principal potencia en construcción de trenes rápidos en el mundo -el tramo entre La Meca y Medina es el más vistoso actualmente en construcción-. Talgo es una compañía genuinamente española que se ha desarrollado en varios continentes y que es cabeza de un sector subsidiario de gran envergadura. En definitiva, nuestra alta velocidad ha contribuido grandemente a la expansón del sector exterior, como un reclamo muy eficaz.

Se podrá discutir, en fin, la cadencia de la extensión del AVE, ya muy adelantado, y el alcance de la misma, y quizá sea incluso prudente minorar la marcha, pero no parece discutible que el AVE es un valioso patrimonio que no tiene sentido minusvalorar ni desdeñar, ni mucho menos postergar.

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