La prisa del calendario

Una cosa es saber que existen las letrinas y otra es obligarnos a practicar submarinismo en ellas

19 mayo 2017 18:16 | Actualizado a 21 mayo 2017 15:06
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El tiempo sabe que tiene muchos días por delante, pero eso no le impide apresurarse y el gobierno planea algún cambio de la ley en veinte días para no tener que votar en Navidad. Hay que evitar lo inevitable y al parecer únicamente hay algo peor que votar y es tener que votar en Navidades. ¿Quién pudiera guardar un día para cuando no haya?, se preguntó César Vallejo, el cholo peruano más célebre hasta que surgió el entrenador del Atlético de Madrid, que también es más que un club, porque es el club de la gente. Las adhesiones también son injustas porque dependen de las localidades donde hemos tenido acceso a ocuparlas. Yo he visto, en mi remota juventud, mucho fútbol en la ladera del viejo Metropolitano, donde los goles no se cantaban en el graderío porque no había gradas, sino terraplenes. He pertenecido a tantas épocas que no sé cuál es la mía. Me pasa lo mismo que a la generosa mayoría de mis sufridos lectores: no sé bien de qué época soy, porque dependo de la diosa actualidad, que es la gran musa del periodismo. No es que cambiemos, es que cambia ella, que no sabe estarse quieta. ¿En qué va a quedar la votación inevitable si no sabemos evitarla? Que sea lo que Dios quiera, que nunca será nada bueno, porque al llamado Sumo Hacedor no es prudente pedirle cuentas de lo que hizo ni de lo que dejó de hacer. Metafísico estoy, no porque no coma, sino porque bebo mi triangular ‘dry martini’, ese cuchillo disuelto que cura todas las heridas, menos las que no tienen cura.
Una cosa es saber que existen las letrinas y otra es obligarnos a practicar submarinismo en ellas. España ha cicatrizado mal. Los que somos unos tíos antiguos recordamos cuando don Gregorio Marañón nos decía que «las guerras civiles duran siempre un siglo». Así que «paciencia y barajar», pero aspiremos por lo menos a que las cartas no estén marcadas. Nada puede quitarnos el ánimo a quienes no lo tenemos. El único objetivo de la vida es seguir viviendo. Sin mirar a los almanaques.
El tiempo sabe que tiene muchos días por delante, pero eso no le impide apresurarse y el gobierno planea algún cambio de la ley en veinte días para no tener que votar en Navidad. Hay que evitar lo inevitable y al parecer únicamente hay algo peor que votar y es tener que votar en Navidades. ¿Quién pudiera guardar un día para cuando no haya?, se preguntó César Vallejo, el cholo peruano más célebre hasta que surgió el entrenador del Atlético de Madrid, que también es más que un club, porque es el club de la gente. Las adhesiones también son injustas porque dependen de las localidades donde hemos tenido acceso a ocuparlas. Yo he visto, en mi remota juventud, mucho fútbol en la ladera del viejo Metropolitano, donde los goles no se cantaban en el graderío porque no había gradas, sino terraplenes. He pertenecido a tantas épocas que no sé cuál es la mía. Me pasa lo mismo que a la generosa mayoría de mis sufridos lectores: no sé bien de qué época soy, porque dependo de la diosa actualidad, que es la gran musa del periodismo. No es que cambiemos, es que cambia ella, que no sabe estarse quieta. ¿En qué va a quedar la votación inevitable si no sabemos evitarla? Que sea lo que Dios quiera, que nunca será nada bueno, porque al llamado Sumo Hacedor no es prudente pedirle cuentas de lo que hizo ni de lo que dejó de hacer. Metafísico estoy, no porque no coma, sino porque bebo mi triangular ‘dry martini’, ese cuchillo disuelto que cura todas las heridas, menos las que no tienen cura.

Una cosa es saber que existen las letrinas y otra es obligarnos a practicar submarinismo en ellas. España ha cicatrizado mal. Los que somos unos tíos antiguos recordamos cuando don Gregorio Marañón nos decía que «las guerras civiles duran siempre un siglo». Así que «paciencia y barajar», pero aspiremos por lo menos a que las cartas no estén marcadas. Nada puede quitarnos el ánimo a quienes no lo tenemos. El único objetivo de la vida es seguir viviendo. Sin mirar a los almanaques.

 

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