La respuesta

12 junio 2017 09:17 | Actualizado a 12 junio 2017 09:19
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La pregunta que ronda por todo el país es: «¿habrá referéndum? Los hay que parecen adivinos y vaticinan. Unos están convencidos de que sí y otros que no. La respuesta correcta, creo, es: «depende».

La clave de si habrá o no consulta está en las garantías. Si hay garantía de que puede hacerse correctamente, con una organización solvente, con respeto al juego democrático y con observadores internacionales, habrá referéndum. En ningún caso, el Govern y sus socios se lanzarán a repetir otro 9N, que en su momento fue todo un reto conseguido, pero ahora sería de una inutilidad patente. O se hace bien, o no habrá consulta. 

Para hacerlo bien, lo ideal sería que fuera de acuerdo con el Gobierno español. Pero eso parece imposible. Sin el acuerdo, las garantías casi se esfuman… En cuyo caso, el referéndum penderá de un hilo.

Yendo más allá, podemos plantearnos que si hay referéndum, el resultado puede ser un «no» o un «sí» a la independencia catalana. Nadie lo sabe, pero todos tienen miedo de que los vientos les soplen en contra. Si pierden los independentistas, todo el proceso se derrumbará, se aceptará el resultado, y las ansias independentistas se echarán a dormir, a la espera –quizás– de unas décadas antes de volver a intentarlo de nuevo.

Si pierden los unionistas, se abrirá la caja de los truenos. Que nadie espere de ellos una respuesta sumisa. La cuestión es que independentistas y unionistas temen perder ese referéndum. Los primeros no quieren entrar en esa liza y los segundos están dispuestos a perder. Parecen dos boxeadores antes del combate, mirándose frente a frente. Uno de los dos teme unos golpes tremendos, mientras el otro teme una paliza, aunque ambos quieren ganar y creen que pueden ganar. El cruce de golpes es la esencia del juego. Ganará quien tumbe al otro, pero habiendo recibido su ración de golpes.

Pero, si no hay referéndum –y esta es quizás la situación más decisiva– nos enfrentaremos a una situación delicada, difícil y extrema. Nadie podrá evitar dos sucesos trascendentales: unas elecciones regionales y que salgan a la calle miles de personas reclamando la consulta. Será así y la agitación social será inevitable y, lo que es peor, incontrolable. Esta situación de la que nadie se atreve a hablar, provocaría una crisis de consecuencias difíciles de prever. Porque cuando la agitación estalla, no lo es por una manifestación de media hora. Lo es para instalarse durante un tiempo extenso. Basta recordar la Semana Trágica y otras explosiones de tensión en Catalunya, todas ellas cargadas de indignación popular. Y ese será el verdadero choque de trenes, la verdadera confrontación entre el Gobierno central y buena parte de la ciudadanía de Catalunya. No sé si con violencia o sin ella, pero con agitación evidente. Entonces enmudecerán los que dicen que eso del referéndum es cosa de Puigdemont, Mas y Junqueras, o de cuatro catalanes más. Y alguien tomará una decisión que significará un cambio radical en las posturas tomadas hasta ahora. En ese momento, la presión internacional podría ser decisiva.

çEsa será la respuesta final. Y me temo que vamos hacia tal agitación, porque las puertas de escape del proceso las irán cerrando unos u otros protagonistas. 

El último momento de tensión que ha vivido históricamente Catalunya fue el 11 de septiembre de 1977. Reventó de público el Passeig de Gràcia y las calle adyacentes al grito de «llibertat, amnistia, Estatut d’autonomia» y el requerimiento de que regresara el president Tarradellas. En aquel momento, parecía imposible el retorno de Tarradellas, un republicano exigente, que plantaba cara a todos porque no tenía nada que perder. Suárez se arrugó y Juan Carlos I le indicó que abriera la puerta al viejo león, al «ilegal» Tarradellas. En cuarenta días, Tarradellas pisaba Barcelona y Suárez reconocía su legitimidad. Parecía imposible que pudiera ocurrir lo que ocurrió, pero así fue y los ánimos se calmaron.

Ahora, los nacionalistas catalanes se muestran insaciables en su demanda: quieren la independencia y para demostrar que es un ansia de un país reclaman una consulta. Lo importante no será la pregunta de ese referéndum, sino la respuesta. O en las urnas o en la calle, pero la respuesta es inevitable.

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