La revolución de los juristas

Los tanques en la Diagonal se han sustituido por una reforma de la Ley de Sociedades que posibilita el cambio de domicilio social

16 octubre 2017 10:14 | Actualizado a 16 octubre 2017 10:23
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Hace unos años, cuando era director de una revista jurídica catalana, un colega peruano me mandó una carta escueta y concisa. La carta empezaba diciendo: “Dos bombas han caído sobre nosotros, la primera que arrancó la cabeza al coronel X y la segunda el Decreto-ley 666”. A continuación daba razón de ese decreto que consistía en un único artículo que no contenía más que una frase y cuyo texto omito porque sólo tiene importancia para los especialistas. Lo curioso de la carta y de su lectura era que de las dos bombas mencionadas la más letal, no era la que había arrancado la cabeza al coronel peruano, sino el Decreto en cuestión. De eso no había ninguna duda. 

El diputado Rufián el otro día en las Cortes españolas exhibió la fotografía de dos personas que supuestamente habían sido golpeadas por las fuerzas de Seguridad del Estado el fatídico domingo uno de octubre. La sangre impresiona, cualquier persona de buen corazón no puede por más que sentir tristeza por el dolor y el sufrimiento de otras, sean cuales sean las circunstancias que hayan llevado a ello y sobre todo con independencia de que esas circunstancias sean justificadas o no. Los seres humanos no somos tan insensibles para no sentirnos apenados por las dos fotografías de Rufián y a todos (espero) nos hubiera gustado que esos hechos no hubieran ocurrido.

De los sucesos del 1-O y de los sentimientos de las personas que fueron a votar se ha hablado mucho. Poco se puede añadir. Poco o nada se ha dicho de los que no fueron a votar, que según hemos visto por los datos publicados por la Generalitat, fueron más que los que fueron. 
Un amigo jurista me contaba lo que había sentido. Su casa estaba delante de un supuesto colegio electoral. Ver, me decía, como un montón de ciudadanos pacíficos y alegres se dirigían a emitir su voto en algo que se había prohibido por el Estado me causó una enorme tristeza. Pero sobre todo, lo que más tristeza y rabia al mismo tiempo me produjo, lo que era insoportable, decía, era ver como la policía allí existente confraternaba amigablemente con los votantes, como si la cosa no fuera con ellos. Me confesó que aquella noche no había podido dormir y que la sensación experimentada era similar al terror. Le entiendo perfectamente, pero estas cuestiones son sutilezas de juristas.

El diputado Rufián, como muchos, se queda con lo singular que es indudablemente más llamativo y se olvida (o se quiere olvidar o simplemente no da para más) de lo general. Las dos leyes aprobadas por el Parlament catalán a principios de septiembre, la declaración del Presidente Puigdemont en el Parlament dando cuenta del resultado de las elecciones, y sobre todo el documento firmado por un grupo de parlamentarios constituyendo la República catalana, tienen por el potencial riesgo que suponen la intensidad de una bomba de hidrógeno, dejando en nada la que arrancó la cabeza de nuestro coronel peruano.

Alguien tituló que esta era la «revolución de las sonrisas». Ya hace tiempo que ese engaño no cuela. Esta es por ahora la revolución de los juristas, y como siempre suele ocurrir en toda revolución, es también la de los engañados, los trileros, los cobardes y los temerarios. ¿Cómo se puede engañar a la población hasta el punto de asegurar sin rubor que una segregación sin acuerdo de una parte del territorio español no iba a producir inmensos y duraderos daños físicos y económicos de los que tardaríamos décadas en recuperarnos? ¿Cómo se puede asegurar que aquí no hay ruptura de la convivencia y quedarse tan ancho ¿Y si no se trata de un engaño sino de un tremendo error estratégico, cómo se puede permitir tener a unos dirigentes que son simplemente memos? Pero dejemos para otra ocasión ahondar en el engaño (que otros llamarían astucia y un jurista simplemente dolo) y vayamos a nuestro tema de hoy.

Nuestra revolución es como les digo la revolución de los juristas. Los tanques en la Diagonal se han sustituido por una reforma de la ley de sociedades de capital que posibilita el cambio de domicilio social y que ha permitido una huida de empresas muy conocidas y de muchas más que ustedes desconocen pero que las tienen en la calle de al lado. Las armas del «pueblo» han sido sustituidas por dos leyes y una declaración extraparlamentaria que se asemeja a una constitución y que curiosamente desde el punto legal no existen (las leyes porque son abiertamente inconstitucionales y el documento porque no quiere existir). Confusión de confusiones, porque si yo no fuera jurista ya no sabría lo que existe y lo que no existe, lo que es verdad y lo que no lo es. «Nos vamos por la inseguridad jurídica», han dicho simplemente las empresas.

La declaración de independencia se ha sustituido por un confuso documento que juega con dos conceptos muy estudiados por los juristas. Está sujeta a término pero no sabemos cuál; está sujeta a condición, pero no sabemos tampoco cuál. La declaración se asemeja más al último farol de un jugador, al que todos han visto (partidarios o no) que hace trampas con las cartas. En esta revolución de los juristas, nada tiene de extraño que el Estado no haya mandado inmediatamente la Legión con su cabra sino que simplemente haya enviado un burofax con acuse de recibo.
Los juristas tenemos algo en común que les va a sorprender: el que somos juristas. Todos, pensemos como pensemos, tenemos claro una cosa: no caben en el mismo lugar dos legalidades, sólo es posible una. Presenciar esa dualidad desde su ventana era lo que había aterrorizado a mi amigo.

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