La revolución de los microcambios

¿Cómo serán nuestras vidas cuando todo esto haya pasado? No esperemos una gran revolución construida de arriba hacia abajo

19 abril 2020 14:30 | Actualizado a 21 abril 2020 18:36
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Uno de los ejercicios mentales más habituales de estos últimos días consiste en imaginar cómo serán las cosas cuando todo esto haya pasado. Personalmente considero que el planteamiento de esta pregunta es erróneo de partida por dos cuestiones fundamentales.

Por un lado, porque ‘esto’ nunca pasará, entendiendo por ‘esto’ cualquier tipo de evento que nos obligue a redefinir aspectos relevantes de nuestro modo de vida. Cada vez son más los intelectuales que ponen el acento en el concepto de resilencia, y no porque tengan vocación de pájaros de mal agüero, sino por su convicción de que la intensidad y frecuencia con que deberemos enfrentarnos a situaciones que nos sobrepasen (colapsos tecnológicos, emergencias climáticas, crisis sanitarias) se agudizarán con el paso del tiempo.

Por citar sólo algunos ejemplos recientes en nuestro entorno más cercano, todos ellos con efectos letales, este año arrancó con un accidente químico de gravedad (que se sumaba a una larga serie de incidentes industriales en nuestros polígonos); pocas jornadas después, la borrasca Gloria arrasaba nuestras comarcas (lloviendo sobre mojado, nunca mejor dicho, tras las devastadoras inundaciones de octubre); y unas semanas más tarde, una pandemia inaudita irrumpió en nuestras comarcas (un fenómeno que, según los expertos, será recurrente en el futuro próximo).

En segundo lugar, preguntarnos sobre cómo será todo después del coronavirus presupone la ensoñación de una nueva normalidad, cuando lo cierto es que nuestra época se caracteriza por interiorizar el cambio como eje definidor de nuestras sociedades: en la forma de trabajar y aprender, en la realidad familiar, en las dinámicas políticas e ideológicas, en los canales y fuentes de información, en los equilibrios geoestratégicos, en el sentido de la identidad y de la pertenencia, en las aspiraciones vitales de las nuevas generaciones, en la forma de relacionarnos y comunicarnos… La transformación es hoy la norma, y en ese sentido, esta crisis supondrá sólo un impulso o una corrección del rumbo, pero nunca un salto de un modelo estático a otro diferente pero igualmente consolidado. La normalidad ha dejado de existir.

Con estas salvedades introductorias, la mayoría de pronósticos sobre la vida que nos aguarda tras la pandemia sugieren que esta crisis tendrá efectos positivamente disruptivos sobre nuestra organización social, como si estuviésemos viviendo una caída paulina del caballo que provocará cambios sistémicos capaces de corregir todos nuestros errores por arte de magia.

Me gustaría creerlo, pero dudo que esta tragedia vaya a alterar las dinámicas de nuestra sociedad de un día para otro. ¿Alguien cree, sinceramente, que las lógicas económicas van a reformularse? ¿Que el modelo político va a sufrir un cambio sustancial? ¿Que los gobiernos van a alterar de forma perceptible el reparto de sus presupuestos? ¿Que un repentino sentido de la solidaridad va a unirnos a todos en una gran familia planetaria? ¿Que la ciudadanía va a desterrar de un plumazo sus hábitos contaminantes para consolidar lo avanzado estas semanas?

Sin duda, albergar semejantes aspiraciones sólo provocará frustración, porque en unos pocos meses comprobaremos cómo el sistema recupera su inercia previa: las grandes corporaciones seguirán aumentando su tamaño y capacidad de influencia, nuestros dirigentes continuarán pegándose por los sillones, los presupuestos volverán a dedicar fondos a asuntos intrascendentes en detrimento de los servicios verdaderamente esenciales, los países ricos aumentarán las medidas para frenar la llegada de emigrantes y refugiados, las personas sin hogar regresarán a las calles, las familias seguirán utilizando enormes SUV para llevar a sus hijos al colegio que está a tres manzanas, etc.

Insisto, el sueño de que esta crisis desencadene una refundación taumatúrgica de nuestro mundo nos conducirá al desengaño. Sin embargo, es posible que las enseñanzas de esta pandemia no caigan en saco roto si somos capaces de fijar objetivos más modestos pero realistas, sobre todo si están al alcance de nuestra propia mano. En este sentido, deberíamos intentar que esas reflexiones e impresiones que hemos madurado estas semanas tengan consecuencias tangibles durante los próximos años, que sumadas quizás puedan obrar transformaciones globales.

Pensemos, por ejemplo, en la deprimente imagen de nuestras calles muertas, cuando nos planteemos ahorrar unos pocos euros comprando por internet en vez de acudir a la tienda de nuestro barrio. Pensemos en los beneficios del teletrabajo sobre la conciliación familiar y la sostenibilidad, cuando estemos tentados de volver a nuestros prejuicios presencialistas. Pensemos en nuestros hospitales desbordados y sin medios, cuando vayamos a votar a un partido que no proteja la sanidad pública. Pensemos en los innumerables errores de gestión cometidos por todas las instituciones estos días, cuando una formación política nos proponga candidatos en cuyas manos jamás dejaríamos la vida de nuestros familiares.

Pensemos en cómo hemos echado de menos el contacto cercano con parientes y amigos, cuando estas relaciones corran el riesgo de recuperar cierto aire rutinario. Pensemos en la ola de sensibilización que hemos vivido hacia los colectivos más vulnerables, cuando se intenten vetar medidas que favorezcan una sociedad más cohesionada e inclusiva. Pensemos en la claridad que tiene hoy nuestro cielo, cuando nos cueste comportarnos cívicamente en aspectos que impactan de manera sustancial sobre nuestro medioambiente.

Son sólo pequeños gestos personales, cierto, pero millones de estos modestos cambios pueden transformar radicalmente nuestro mundo. ¿Cómo serán nuestras vidas cuando todo esto haya pasado? No esperemos una gran revolución construida de arriba hacia abajo. Probablemente, el nuevo paradigma vendrá determinado por lo que cada uno de nosotros haya aprendido estos días, por nuestra capacidad para conservarlo en la memoria, y por la determinación individual para aplicarlo a nuestra realidad cotidiana.

Dánel Arzamendi Balerdi. Colaborador de Opinió del ‘Diari’ desde hace más de una década, ha publicado numerosos artículos en diversos medios, colabora como tertuliano en Onda Cero Tarragona, y es autor de la novela ‘A la luz de la noche’.

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