La revuelta

Los que pedimos un cambio social, político y económico en España, no nos atrevemos a decir la palabra «revolución» que encaja con la necesidad de poner fin a décadas de miseria intelectual y política

05 junio 2021 12:00 | Actualizado a 05 junio 2021 16:20
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«España vive en constante lucha (…) todos los que con la espada, con la pluma, con la palabra agravan y perpetúan los males de la nación, son españoles». La frase no es nueva, la escribió Amadeo de Saboya en 1873, pronto hará siglo y medio. Lo firmó al abdicar por entender que era un país ingobernable. Y la frase sigue teniendo vigencia.
Esta semana hemos perdido a un gran hombre de letras, Enrique Badosa, sensato, moderado, conservador y liberal al mismo tiempo. A sus 94 años, hace tan sólo quince días me pidió opinión sobre «la situación» y le respondí que el país estaba enfermo. Su respuesta fue tajante: «No está enfermo, ¡está muerto!». Cuando un conservador dice esto, hay como para ponerse a temblar.

Los que pedimos un cambio social, político y económico en España, muchas veces no nos atrevemos a decir la palabra «revolución» que es la que más encaja con la necesidad de poner fin a tantas y tantas décadas de miseria intelectual y política, acentuada ahora por la frivolidad de una pandilla de «influencers» sin sesera pero con una ignorancia supina de casi todo menos de lo intrascendente. 

Llamémosle «revuelta», que parece menos temible. No es nuevo que los ácratas (no me refiero a los anarquistas) han proclamado durante el siglo XX la necesidad de una revuelta permanente. Sin ella, no avanzaremos. La transformación social requiere un golpe de timón sin dudas, claro y revolucionador. Evidentemente, sin violencias  si es posible. Vamos, sin duda, hacia la necesidad perentoria de sacudirnos la asfixiante presión de una clase política cargada de vicios y corrupciones. En un país con casi cuatro millones de parados, que una ministra suelte que «vamos bien», es un país sin futuro. Que se lo digan a los parados. 

En un país con casi cuatro millones de parados, que una ministra suelte que «vamos bien», es un país sin futuro. Y nuestros hijos nos pedirán, en menos de 20 años, que quieren un futuro diferente

Y nuestros hijos nos reclamarán, en menos de veinte años, que quieren, necesitan y están decididos a tener un futuro diferente. Ya los jóvenes talentosos de ahora emigran a otros países en busca de futuro, porque aquí no lo hay, el encefalograma de la inteligencia asusta.

Habrá una revuelta, porque no podremos vivir de ayudas externas. La Unión Europea nos ha alimentado desde los años 80, falseando nuestra realidad, pero esto se ha acabado con los 140 mil millones que ha dado a España para salir de la actual crisis. ¿Alguien sabe en qué se gastarán? ¿Más AVE a ciudades a donde casi nadie viaja? ¿Más ayudas a fondo perdido? ¿Mayor corrupción?

El germen de esta necesaria revuelta está ya entre nosotros: no nos fiamos de nuestros políticos y vamos dando cambiazos (el auge y caída de Ciudadanos y Podemos es el más claro ejemplo) que a la larga se convierten en decepciones. Cuando alguien está enfermo, una aspirina no le cura de casi nada, hace falta un cirujano que sepa cortar por donde sea necesario, porque de lo que se trata es que el enfermo, el país, vuelva a caminar.

Si la vida es un camino, hemos de caminar. Seguir en donde estamos, el inmovilismo actual en donde no distinguimos un partido de otro porque todos hacen lo mismo, seguir así es prolongar una agonía, que nuestros jóvenes del mañana no tolerarán cuando vean que no tienen futuro. Y de una forma u otra se montarán en un movimiento de cambios radicales. Una revolución moderna, que llevamos siglos sin querer hacer. Siglos, porque las palabras de Amadeo de Saboya siguen, con asombro, vigentes. También él se marchó.

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