Los servicios de información de Europol habían detectado el riesgo inminente de atentado yihadista en alguna ciudad europea. Los niveles de alerta se habían elevado en todos los países para responder al riesgo cierto de atentado. Y sin embargo no se ha podido evitar. El hecho de que los ataques en Bruselas se hayan producido cuatro días después de la detención de Salah Abdeslam, el cabecilla de los atentados de París, se interpreta como un ‘acelerador’ de la ofensiva en la capital europea, una escalada de violencia que, en cualquier caso ya se había previsto. Y si era así, ¿por qué no se pudo evitar? Vuelve el eterno debate, no sólo entre el dilema de seguridad y libertad, sino también el de la imposibilidad material de luchar contra unos terroristas que están dispuestos a inmolarse. El principal argumento para defenderse de cualquier ataque es la necesidad del agresor de escapar con vida. Este supuesto, en el caso de los fanáticos del Estado Islámico desaparece. Las medidas policiales de protección se enfrentan a espectros indetectables. El suicida se hace estallar paseando por una céntrica calle de Estambul, en el patio de butacas de una sala de conciertos o en la cola de un aeropuerto antes de la zona de control. Contra este terrorismo no valen las artes militares ni las técnicas policiales. Nos debemos enfrentar a él con cambios políticos y sociales, con la recuperación de valores solidarios, con armas, en definitiva que cuesta generaciones de implementar.
La sinrazón del fanatismo yihadista
Contra el terrorista fanático que se inmola en el lugar menos pensado es muy difícil luchar con métodos militares y policiales
19 mayo 2017 19:53 |
Actualizado a 21 mayo 2017 21:20
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