La socialdemocracia muere de éxito

Los popes del socialismo europeo deberían retirarse temporalmente al rincón de pensar

19 mayo 2017 15:57 | Actualizado a 21 mayo 2017 14:17
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Doce millones de holandeses mantuvieron a Europa con el corazón en un puño hasta la medianoche del pasado miércoles. El tren del conservadurismo antisistémico, después de cruzar las islas británicas y los Estados Unidos, hacía escala esta semana en los Países Bajos. El candidato del Partido de la Libertad, Geert Wilders, amenazaba con seguir la exitosa estela proteccionista y antimigratoria de Nigel Farage y Donald Trump, lo que habría supuesto un torpedo en la línea de flotación de la UE en un año de elecciones cruciales en Francia y Alemania.

En el caso que nos ocupa, las descalificaciones por el carácter xenófobo del discurso de Wilders no admiten la menor discusión: pensemos que ha llamado escoria a la inmigración magrebí, ha calificado de pedófilo al propio Mahoma, y de hecho fue condenado judicialmente hace un año por incitación a la discriminación, tras arengar a sus seguidores para que pidieran a gritos la expulsión de los marroquíes. Aun así, este antiguo dirigente del Partido Popular neerlandés sigue liderando esta formación emergente, entre otras cosas porque cualquier otra opción sería imposible: el partido es él, no tiene afiliados, y se financia gracias a aportaciones como la del think tank norteamericano Freedom Center del polémico David Horowitz.

Aunque las encuestas de hace un mes pronosticaban su triunfo incontestable, el veredicto de las urnas lo ha colocado en segundo lugar, tras el liberal VVD. Hay que reconocer que la fiabilidad de las empresas demoscópicas se acerca últimamente a la de un chimpancé lanzando los dados, pero es cierto que desde hace unas semanas se han producido dos hechos que pueden haber cambiado la tendencia. Por un lado, el primer ministro y líder de los liberales, Mark Rutte, consiguió tapar la boca al Partido de la Libertad con su firmeza frente al gobierno islamista de Recep Tayyip Erdo?an, prohibiendo el aterrizaje del ministro de Exteriores turco, Mevlüt Çavuolu, que viajaba a Róterdam para celebrar un mitin. Paralelamente, el inesperado triunfo electoral de Donald Trump, un referente ideológico para Wilders, puede haber significado un paradójico lastre para sus aspiraciones, teniendo en cuenta que el carácter equilibrado y pragmático de los holandeses difícilmente cuadra con la jaula de grillos en que se está convirtiendo la Casa Blanca durante los primeros compases de una legislatura caracterizada por el frikismo y los escándalos continuos.

En cualquier caso, llama la atención que los medios europeos se hayan contentado con celebrar al unísono el fracaso del temido hombre del pelo blanco. En primer lugar, es razonable considerar que la inusual dureza diplomática del gobierno holandés en el conflicto turco pueda considerarse una pequeña victoria del Partido de la Libertad, al haber atraído a las formaciones sistémicas a su embarrado terreno de juego. Por otro lado, los resultados electorales no invitan a pensar que el populismo neoconservador retroceda frente a los partidos tradicionales, sino todo lo contrario: mientras la formación de Wilders ha ganado cinco escaños, la candidatura del primer ministro ha perdido ocho, y los socialistas del partido Partij van de Arbeid se han dejado veintinueve diputados por el camino. ¿Acaso resulta irrelevante que la segunda formación del país haya dilapidado en una legislatura más de tres cuartas partes de su antigua representación?

La explicación fácil (y que tranquiliza a los socialistas del resto de Europa) es que el PvdA ha pagado caro haber compartido gobierno con los liberales durante los últimos cuatro años. Sin embargo, el Labour británico pasa también una época complicada, el PSI italiano se ha convertido en una formación prácticamente testimonial, los socialistas franceses tienen muy mal pronóstico, el PSOE no levanta cabeza… ¿Casualidades? Me temo que la debacle del Partij van de Arbeid no se debe a factores locales sino globales.

Si echamos la vista atrás, los partidos socialistas europeos surgieron en Europa hace algo más de un siglo como corriente pragmática, democrática y reformista del marxismo. Desde los tiempos revisionistas de Eduard Bernstein, estas formaciones han marcado el horizonte a una sociedad que caminaba hacia un modelo políticamente participativo y socialmente justo: protección laboral, negociación colectiva, educación universal, derecho de huelga, cobertura sanitaria, libertad de sindicación, etc. En mi opinión, el mérito de este movimiento no ha consistido sólo en haber propiciado un estado del bienestar con el que habrían soñado nuestros antepasados, sino en haber logrado también que estas conquistas se convirtieran en cimientos indiscutibles de nuestro modelo colectivo. He ahí su triunfo, y quizás también su perdición.

Efectivamente, las metas planteadas históricamente por la socialdemocracia se han transformado con los años en principios esenciales y compartidos por todas las democracias continentales. Aunque es cierto que todavía quedan aspectos mejorables, sus grandes apuestas ya han sido conquistadas, y la mayor parte de sus demandas actuales se mueven prácticamente en el terreno de los matices: subir un poco el salario mínimo, bajar un poco las tasas universitarias, adelantar un poco la jubilación, retrasar un poco la reforma fiscal… Es difícil imaginar un discurso menos ilusionante, una circunstancia que ha sido aprovechada por los nuevos populismos de derecha e izquierda para hacer su agosto.

Los popes del socialismo europeo deberían retirarse temporalmente al rincón de pensar para decidir cuál es su ventaja competitiva a nivel electoral. Si su modelo se parece a la realidad actual, tendrían que mejorar sustancialmente su capacidad de gestión para poder superar a los partidos centristas en el terreno de la transparencia, la eficacia y la solvencia. Por el contrario, si su horizonte difiere sensiblemente del actual statu quo, no tendrán más remedio que proponer reformas drásticas que hagan creíble su deseo de cambiar la cosas. Si continúan como hasta ahora, tienen los días contados.

danelarzamendi@gmail.com

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