La soledad de un rey

La vacunación vip de las infantas Elena y Cristina en Abu Dabi demuestra que algunas personas todavía no se han percatado de la carcoma que empieza a debilitar abiertamente los cimientos de la institución real en España

07 marzo 2021 07:40 | Actualizado a 07 marzo 2021 08:25
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Otto von Bismarck afirmaba que España, en términos históricos, quizás fuera la nación más sólida del mundo, porque sobrevivía siempre a sus continuos esfuerzos por autodestruirse. Probablemente era una forma elegante con que el canciller de hierro mostraba su estupefacción, desde la atalaya de un pueblo con una inmejorable opinión sobre sí mismo, al comparar la azarosa trayectoria germánica frente a la persistencia hispánica, pese a que este caótico país mediterráneo ha estado habitualmente gobernado por una panda de corruptos e incompetentes. Esta visión general sobre la inmunidad española a su propia ineptitud podría aplicarse también a la familia sobre la que recae últimamente la responsabilidad de ejercer la Jefatura del Estado. En efecto, estos días hemos vivido dos nuevos episodios que confirman el paradójico empeño del entorno real por implosionar la institución monárquica.

El primer capítulo, la nueva regularización fiscal de Juan Carlos I, constituye el enésimo coletazo derivado de una trayectoria personal lamentable, que se mantuvo durante décadas gracias a la complicidad de unas instituciones y medios de comunicación que renunciaron a ejercer la labor de control que les correspondía en una democracia avanzada.

El segundo, la vacunación vip de las infantas Elena y Cristina en Abu Dabi, demuestra que algunas personas todavía no se han percatado de la carcoma que empieza a debilitar abiertamente los cimientos de la institución real en España, especialmente desde la perspectiva de la ejemplaridad y la debida renuncia al privilegio. Lo legal no es necesariamente ético ni estético, y una monarquía parlamentaria consiste básicamente en una sofisticada función teatral que asigna a cada actor un papel preciso que representar. Si se hace bien, el público aplaude y todos contentos. Y si se hace mal, empiezan a volar las butacas y los espectadores exigen que se les devuelva el dinero de la entrada.

Todos cometemos equivocaciones. El problema es que llueve sobre mojado, y este síndrome suicida parece afectar a casi todos los miembros y asesores de la distinguida familia. Por un lado, el historial del rey emérito es de sobra conocido. Durante años, fue más o menos asumible que el hijo de Don Juan dedicase el grueso de su tiempo a capitanear veleros, cazar antílopes y frecuentar alcobas, haciendo honor a una saga fascinada por todas estas actividades.

Sin embargo, la acumulación de informaciones sobre sus irregularidades económicas ha convertido su figura en una bomba de relojería para la propia Jefatura del Estado. Sus hijas tampoco han cooperado mucho en el fortalecimiento de la Casa Real, no sólo por el reciente incidente en Emiratos, sino también por otros escándalos pasados, como la trama delictiva que se puso en evidencia durante el juicio por el caso Noos. Y la reina Sofía, la única persona que durante años dio la sensación de estar a la altura de las circunstancias, últimamente ha dado muestras justificables de haber bajado los brazos, cansada ya de los antílopes y de sus cuernos.

Incluso el entorno más cercano al actual monarca parece confabulado para perjudicar la imagen de la institución. Para empezar, han sido numerosos los episodios en que la reina Letizia ha parecido no comprender que la opulencia que disfruta tiene como contraprestación una vida dedicada a mantener y traspasar el legado recibido, que incluye un régimen especial que afecta a diversos aspectos de su vida, como la jornada laboral (no es un puesto de ocho a tres, de lunes a viernes) o el derecho a la intimidad (todos los miembros de la familia son personajes públicos, algo que sin duda conocía cuando decidió casarse con el heredero al trono).

Incluso las hijas del matrimonio, el gran recurso de marketing emocional de todas las casas reales europeas, han protagonizado algún patinazo significativo, sin duda causado por errores de asesoramiento que ya empiezan a resultar tan habituales como incomprensibles. Por poner un ejemplo, en el contexto de una brutal crisis sanitaria y económica, una infanta que vive rodeada de lujos, en un descomunal palacete con fuentes y jardines, no puede decir ante una cámara que «llevamos un mes en casa, como todos los niños». Lo siento, pero como todos los niños, no.

En este difícil contexto, la figura de Felipe VI emerge como el único pilar razonable sobre el que descansa, a duras penas, la continuidad de la institución monárquica en España. Quienes le conocen, dicen que es un tipo responsable, inteligente, sobrio y consciente de que el futuro de la Casa Real pasa inexorablemente por una interpretación perfecta de su papel en esta representación coral. Aunque parece que la obra cuenta con un buen actor protagonista, lo cierto es que el escenario no acompaña, gran parte del reparto deja mucho que desear, y la trama resulta decepcionante con demasiada frecuencia. Insisto, si alguien tiene especial interés en que Leonor sea coronada algún día, más vale despedir inmediatamente a los guionistas y contratar a otros con más talento (imperdonable, por ejemplo, la absoluta desaparición pública del rey durante las primeras semanas de la pandemia).

Pero Felipe VI no se encuentra solo. A pesar de estar rodeado de presuntos monárquicos (que hacen más por el advenimiento de la república que muchos republicanos), también cuenta con la inestimable ayuda de multitud de presuntos republicanos (que hacen más por la preservación de la monarquía que muchos monárquicos). Por ejemplo, parece constatado que la popularidad del rey se dispara cada vez que el independentismo ataca o desprecia a la Zarzuela (como ha ocurrido en el reciente plantón del Govern, durante la puesta de largo del gran proyecto de tecnología eléctrica de Seat y Volkswagen en Martorell). No todo está perdido. Qué sería de la monarquía sin determinados republicanos...

Colaborador de Opinió del ‘Diari’ desde hace más de una década, ha publicado numerosos artículos en diversos medios, colabora como tertuliano en Onda Cero Tarragona, y es autor de la novela ‘A la luz de la noche’.

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