La supuesta indiferencia europea. Normalidad fue lo que hallaron Puigdemont y Comín en Estrasburgo

Las instituciones europeas son una apisonadora de normalidades. Su funcionamiento se basa en el uso de unas formas y de un lenguaje sin aspavientos, sin broncas, plano, aburrido, previsible, pero eficaz y seguro

17 enero 2020 09:00 | Actualizado a 17 enero 2020 11:44
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En estos días que vivimos peligrosamente, nada ni nadie puede sentirse indiferente de lo que sucede a nuestro alrededor. Digo esto porque tras las primeras intervenciones de Carles Puigdemont y Toni Comín en la sede europarlamentaria de Estrasburgo, en muchos medios de comunicación pudimos leer el titular «recibidos con indiferencia por Europa».

Conocer los arcanos de las instituciones europeas es algo que lleva su tiempo. Los rituales, los pasillos e incluso los lavabos, requieren, a veces, mapas secretos para no perderse en un marasmo de reglas no dichas, de costumbres nunca reconocidas, pero por todos practicadas.

Dicen las crónicas que «en el hemiciclo, Toni Comín, habló ante veinte eurodiputados». Veinte o quince, lo anormal hubiera sido que hubiera hablado ante el plenario lleno, algo que sólo ocurre cuando viene el presidente de la Comisión Europea o del Consejo a rendir cuentas. O ante grandes momentos de vida europarlamentaria como fueron la guerra de Irak o la crisis financiera que casi se lleva a media Europa por delante.

Lo que encontraron Carles Puigdemont y Toni Comín en Estrasburgo fue normalidad. Quienes confunden normalidad con indiferencia es porque o bien creen que la luna es verde e insisten en su visión clorofílica de nuestro satélite, o porque, dicho con todo el respeto, conocen poco los intangibles de las instituciones europeas.

Las instituciones europeas son una apisonadora de normalidades. El lenguaje europeo, el argot propio de las eurócratas, está lleno de subterfugios y metáforas, que permiten decir una cosa, sin tener que necesariamente mencionar la tal cosa propiamente. La normalidad se basa en el uso de unas formas y de un lenguaje sin aspavientos, sin broncas, plano, aburrido, previsible, pero eficaz y seguro. Esa es la supuesta indiferencia que se encontraron Puigdemont y Comín.

Parece mentira que un Estado como el español cometa errores de principiante

Lo cual, dicho sea de paso, es una muy buena noticia para todos. El uso de las instituciones europeas para solucionar los trapos sucios de cada país no es nunca una buena idea. Si los diputados españoles persisten en su empeño de usar su turno de palabra para acusar e insultar con mayor o menor precisión a los dos diputados catalanes, se van a encontrar pronto con un efecto búmeran. Sus colegas no van a apreciar esa actitud por mucho tiempo. Parece mentira que un Estado como el español cometa errores de principiante y persista en el error con tanta frivolidad.

Periodistas veteranos en esto de Europa, como Jean Quatremer, corresponsal del periódico francés, Libération, nada sospechoso de tener simpatías por el independentismo catalán, ha denunciado ya varias veces las presiones chuscas y chulescas de los funcionarios españoles tanto en la Comisión, como en el Parlamento como en el Consejo. Perder los papeles de este modo dice poco en favor del gobierno español, dice aún menos, de su visión estratégica a largo plazo para solucionar conflictos. En definitiva, a Europa se va a negociar, a hablar, a razonar. Todo lo demás, es una pérdida de tiempo.

* Periodista. Nacida en Tarragona, Natàlia Rodríguez empezó a ejercer en el Diari. Trabajó en la Comisión Europea y colabora en diversos medios. Vive entre París y Barcelona.

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