La teta y la santa

Aquí vas a la pastelería, le dices a la pastelera: «Deme una teta, por favor.». Y te la da. Lo haces fuera de Zaragoza y acabas en comisaría después de que la pastelera se ponga como una hidra

09 febrero 2021 09:52 | Actualizado a 09 febrero 2021 09:58
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¡Hola vecinos! Una de las bárbaras costumbres de nosotros los pumas –habitantes de La Tierra de Ahí Al Lado– es que, el 5 de febrero, comemos tetas. Tetas, sí. Turgentes, redondas, montañosas, dulces, con su pezoncito de guinda. A ver: tampoco es para indignarse. Se trata de tetas metafóricas, eufemísticas, figuradas, simbólicas. Y nos las comemos a bocaos, sí, pero con tacto. Aquí, el día de Santa Águeda comemos la Teta de Santa Águeda. ¿Canibalismo? No. Que somos muy lamineros (de lamín, dulce). La Teta de Santa Águeda –o Reliquia de Santa Águeda– la inventaron pasteleros locales. 

Santa Ágata de Catania fue una virgen y mártir del siglo III.  Eran tiempos del emperador Decio dedicado a perseguir cristianos y el procónsul de Sicilia, Quintianus, le había tirado los tejos a Águeda. Pero a la chica no le molaba Quintianus y adujo estar consagrada a Jesucristo. Para qué quieres más. Quintianus, un cabronazo del veinte, mandó que apresaran a la joven y la sometieran a tortura azotándola, quemándole los pechos, cortándoselos, arrojándola sobre carbones al rojo vivo y arrastrando su cuerpo por las calles de Catania. Hay que ser malo y retorcido. Se suele representar a la santa portando una bandeja en la que reposan sus propios pechos cortados. Todo muy gore.

El postre es una masa de bollo empapada en almíbar de Cointreau, rellena de nata y trufa, bañada en chocolate negro y coronada con una cereza confitada. Representa una teta y eso es lo que nos zampamos para recordar a la pobre Ágata, o Águeda. Vas a la pastelería, le dices a la pastelera: «Deme una teta, por favor». Y te la da. Lo haces fuera de Zaragoza y acabas en comisaría después de que la pastelera se ponga como una hidra.

Aquí empezamos con el Roscón de Reyes, seguimos con el de San Valero, después el de San Blas y luego con la Teta. No te has recuperado aún y llega el Corazón de San Valentín, con su pequeño Cupido lanzando la flecha del amor. El 5 de marzo celebramos la Cincomarzada –escabechina entre isabelinos y carlistas que se enfrentaron ese día de 1838 por el poderío estratégico de la ciudad– y el postre es… ¡un Cinco! Después, el 19 de marzo, San José, toca la Vara del Santo. El 23 de abril hay Lanzón –lanza gorda– de San Jorge. Y el 12 de octubre, Día del Pilar, el Manto de la Virgen. A partir de ahí hacemos un hueco en la tripota para los Huesos de Santo de noviembre y todo lo que viene por Navidad. Y vuelta a empezar.

Comemos la Teta de Santa Águeda como nos comeríamos la Cabeza de San Lamberto (se la cortaron), el Clavo de Santa Engracia (se lo clavaron) o la Piedra de Santa Sinforosa (se la ataron al cuello), si se vendiesen. La cosa es celebrar. Celebrarlo todo.

Ángel Pérez Giménez: Periodista. Exjefe de protocolo del Gobierno de Aragón, exdirector de la Escuela de Protocolo de Aragón

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