La trampa del blanconegrismo

19 mayo 2017 21:46 | Actualizado a 22 mayo 2017 13:02
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Afrontamos la recta final de una campaña que nos conducirá a los comicios catalanes más esperados de las últimas décadas. La convocatoria es sin duda relevante para nuestro futuro político, aunque es improbable que el resultado sea tan decisivo como algunos pretenden hacernos creer. Para escapar del actual laberinto político, ya sea en una dirección o en la contraria, sería necesario que las candidaturas independentistas obtuvieran un triunfo abultado o un sonoro fracaso, pero todas las encuestas auguran diferencias mínimas entre el número de partidarios y detractores de una ruptura abrupta con el resto de España. Así las cosas, un porcentaje de papeletas secesionistas ligeramente por debajo del 50% no desanimará a sus seguidores para mantener vivo el desafío al estado, mientras que una pírrica mayoría de votos tampoco dotaría al Govern del suficiente empuje para tirar adelante un complejísimo proceso con semejante oposición local e internacional.

Esta previsión nos aboca a un futuro cerrado, donde el bloqueo institucional persistirá y las razonables demandas de cambio de la inmensa mayoría de los catalanes permanecerán insatisfechas. El progresivo reforzamiento del poder del estado español, que cuenta con el indiscutible apoyo de los pesos pesados del panorama político internacional (Obama, Merkel, Cameron, Hollande…) convertirá la estrategia del “todo o nada” en un camino indefectible hacia la frustración más absoluta. Al tiempo.

Tal y como ha señalado acertadamente esta semana el Cercle d’Economia, el futuro político de Catalunya pasa necesariamente por un proceso legal y acordado. Sin embargo, esta salida está siendo taponada por rupturistas e inmovilistas, maniatando el avance del país. A la hora de identificar a los responsables del bloqueo político que padecemos conviene acudir a la célebre frase de Medea, quien nos anima a fijarnos en el beneficio para descubrir al culpable: cui prodest scelus, is fecit.

Efectivamente, no es difícil señalar a los principales actores políticos que van a resultar beneficiados electoralmente con la actual bipolaridad: CDC y PP. Ambas formaciones representan la derecha tradicional en sus respectivos ámbitos de influencia, y van a conseguir que la exaltación patriótica termine tapando los dos grandes problemas que amenazan sus expectativas electorales: los recortes y la corrupción. El caso Gürtel, la precarización de la sanidad, el saqueo del Palau, los tijeretazos en educación, la trama Púnica, la investigación del 3%... Todo este magma podría ser el germen de nuevas mayorías de izquierda en los parlamentos del Parc de la Ciutadella y la Carrera de San Jerónimo, pero el choque identitario terminará ocultando estos sapos bajo la alfombra.

Por un lado, el año pasado las encuestas otorgaban a ERC un triunfo claro en unos eventuales comicios autonómicos. El gobierno convergente había aplicado los recortes sociales más brutales de todo el estado y el caso Pujol estaba hundiendo el prestigio del partido. Fue entonces cuando comenzó a gestarse la idea de crear un frente electoral independentista, una opción que no convencía a los republicanos porque permitiría que CDC se reseteara envolviéndose en la estelada. Cuando la maquinaria de propaganda convergente ilusionó al mundo soberanista con la madre de todas las elecciones, Artur Mas amenazó explícitamente con no convocarlas si no se pactaba una candidatura conjunta. Las CUP se negaron pero Oriol Junqueras, el juguete favorito del President, claudicó. Desde entonces el país se ha radicalizado y dividido, pero Artur Mas salvará la cara el próximo domingo. Una estrategia irresponsable pero eficaz.

Por su lado, el PP ha manejado durante los últimos años unas encuestas que no auguraban nada bueno. La izquierda subía como la espuma y todo apuntaba a que Mariano Rajoy sería el primer presidente español que no repetiría mandato desde Leopoldo Calvo Sotelo. Sin embargo, la explosión soberanista de 2012 le vino como anillo al dedo para dar la vuelta a los estudios de opinión. Aún seguía viva en amplios sectores sociales la catalanofobia fomentada por los populares durante la tramitación del Estatut, y la rebelión independentista permitió a Rajoy envolverse también en su bandera, en este caso la rojigualda, para arrogarse la defensa de España. El PP ha mantenido desde entonces una postura intransigente en la cuestión territorial que ha hundido electoralmente a los socialistas, tachados de tibios e incluso traidores más allá del Ebro, mientras la burbuja de Podemos se ha desinflado progresivamente. El país vive la mayor crisis territorial del último siglo, pero Rajoy probablemente ganará las generales de diciembre. Otra estrategia irresponsable pero igualmente eficaz.

Pese a todo, el seny no ha muerto definitivamente y aún resisten algunos partidos empeñados en construir puentes en lugar de dinamitarlos. El respaldo de muchos ciudadanos a la llamada tercera vía no es fruto de la ingenuidad sino de la responsabilidad, sabedores de que el actual modelo territorial es insostenible por abusivo e injusto, pero siendo también conscientes de que la ruptura no tiene el menor futuro con la legalidad y la comunidad internacional en contra. Unió, PSC y CSQEP mantienen en estos comicios la posición más incómoda, pues propugnan lo razonable frente a lo épico, lo conveniente frente a lo idílico, lo posible frente a lo maximalista. Lamentablemente parece que son legión quienes no quieren oír lo que es, sino lo que les gustaría que fuera. Y lo peor del caso es que los partidos españolistas admiten (en privado) que el actual marco territorial deberá ser reformado antes o después, y muchos representantes del independentismo reconocen (también en privado) que jamás se logrará una secesión por las bravas. ¿Penalizaremos a quienes simplemente pretenden decirnos la verdad, sin amenazas ni ensoñaciones? Lo sabremos dentro de una semana.

 

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