Las calles ya no son nuestras

Peligro para caminantes. El arte y el derecho de pasear tranquilamente están a punto de perderse. Ingenios rodantes y seres del mundo virtual arrollan a quienes sólo usan zapatos

29 octubre 2018 16:26 | Actualizado a 06 febrero 2019 17:52
Se lee en minutos
Participa:
Para guardar el artículo tienes que navegar logueado/a. Puedes iniciar sesión en este enlace.
Comparte en:

Hace poco, mi colega Josep Ramon Correal escribía: «Al mínimo descuido el caminante puede ser perseguido por un patinete eléctrico, un segway o una bici-birra». Constataba que «caminar por las ciudades se ha convertido en un una actividad de riesgo».

Y reclamaba que poblaciones como Tarragona, Reus, Salou o Cambrils apliquen sus nuevas ordenanzas sobre los vehículos de movilidad personal antes de que pasen más desgracias. Como por falta de espacio no pudo añadir datos estadísticos que apoyan su tesis, aquí van algunos: en 2016, se detectaron en Barcelona dieciséis clases de vehículos sin motor que rodaban por plazas, calles y aceras. En menos de un trienio, ha crecido la cifra de esos artefactos y muchos le han añadido motores eléctricos.

La nueva estadística deberá contabilizar bicicletas con y sin motor, triciclos, patines, monopatines, remolques, repartidores, carromatos de chatarreros, grupos de turistas sobre bicicletas y otros vehículos eléctricos silenciosos que pueden atacar por la espalda.

El paseante debe esquivar gentes que practican el deporte de correr, otras que eligen la moda de hacerlo marcha atrás sin ojos en la nuca, criaturas mal vigiladas por sus cuidadores, sillas de ruedas sin buenos accesos, carritos de la compra, maletas y baúles con ruedas, perros sueltos o con correas extensibles y seres que miran la pantalla del móvil o disparan fotografías y autorretratos sin ver por dónde caminan.

Son una nueva especie llamada zombis. Como no levantan la vista de su pantalla y se mueven en otro mundo virtual, algunos expertos alertan de que andan idiotizados. Forman parte de los ocho millones de españoles adictos al móvil. También se les llama autistas,  empantallados y robots. Incluidos ya en el Plan Nacional sobre Drogas, se les considera unos colgados y uno de cada cuatro anda con la mirada fija en su aparato y los dedos rascando su pantalla.

Ajenos a todo, son otro peligro para caminantes y chocan contra quienes hallan a su paso. Por eso algunas ciudades ubican semáforos en el suelo para ellos a fin de evitar más accidentes. Según las estadísticas, más del 60% son mujeres, por lo que algún choque involuntario de un peatón masculino con alguna de ellas podría ser presunto delito de violencia de género.

El arte y el derecho de pasear tranquilamente están en grave riesgo. Se intercepta el paso del peatón con vehículos y se le asalta con reparto de publicidad, ofertas para sufragar oenegés, exigiendo tabaco, fuego o limosna. O proponiendo la compra de sustancias prohibidas, de sexo y de objetos falsificados. El resultado es una situación cada vez más hostil al paseante por calles de demasiadas poblaciones catalanas. Pendientes de ganar votos de todos, las autoridades municipales suelen argumentar que todo es cuestión de pedagogía y de adaptación a las nuevas costumbres.

Devotos de la bondad natural humana y alérgicas a la palabra sanción si no aporta dinero, debaten modelos y normas que luego no hacen cumplir. Las víctimas casi siempre son las personas bien educadas que cumplen sus deberes y no tienen culpa de nada. Porque de poco sirve señalizar los pasos de peatones si no se respetan y no pasa nada.

Ante esta realidad, apunta Correal algunas medidas radicales de autodefensa en sentido irónico y sarcástico. Se podría añadir una más antigua y olvidada. Son los Manuales de Urbanidad y buenas maneras que ilustraba el genial Opisso. En una página se veía la conducta de la niña o el niño bien educados. Y en la de al lado, la del niño o niña mal educados.

A menudo, el maleducado resultaba divertido a los más traviesos. Los adultos incívicos de ahora, por el contrario, son insolidarios despreciables. Y si los ayuntamientos no ponen orden, podría pasar que lo imponga a su aire la ciudadanía perjudicada. En lo que al orden respecta, siempre se recuerda el discurso de Pau Casals en la ONU cuando dijo: «Sóc català i Catalunya és una gran nació». Era en plena dictadura y no pasó nada ni en la ONU ni en Catalunya. Interesadamente, ahora se olvida que Casals también decía: «La democràcia és ordre» y «la llibertat és ordre».  Así en las calles como en las aceras.

 

Periodista. Con raíces familiares en la Terra Alta, Joaquim Roglan fue corresponsal en Ràdio Reus y cofundador de Informes-Ebre. Profesor universitario, ha trabajado en los principales medios de comunicación de Catalunya y ha escrito veinte libros. Vive retirado en L’Empordanet.

Comentarios
Multimedia Diari