Las carencias de nuestra democracia

Urge el cambio de la ley electoral, a todas luces injusta, y la separación real de poderes

19 mayo 2017 19:02 | Actualizado a 21 mayo 2017 17:33
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En más de una ocasión hemos escuchado o leído en caracteres tipográficos que nuestra democracia había alcanzado su mayoría de edad; nada más lejos de la realidad.

Etimológicamente democracia se deriva del griego (demos = pueblo y kratos-ia = gobierno-cualidad, ‘el gobierno del pueblo’). Algunas proposiciones esgrimen sobre el concepto democracia, nosotros nos inclinamos por la que considera el tipo de organización política en el que la soberanía emana del pueblo, es decir de los ciudadanos. La primera democracia fue la ateniense, y cabe distinguir la democracia directa, en la que los ciudadanos ejercen su poder directamente en asamblea, y la democráticamente parlamentaria o representativa, en la que se delega el poder, pero a estas alturas no vamos a cuestionar la democracia parlamentaria sobre la directa que tantos fracasos y calamidades ha llevado a la sociedad.

Asumiendo este postulado ocurre como en las leyes que primero se promulgan y luego necesariamente debe publicarse un reglamento que posibilite su desarrollo para mayor claridad de interpretación. La democracia debe garantizar la igualdad jurídica al margen de la igualdad exenta de calificativos, aprobando leyes parlamentarias, sin embargo tendemos a asociar al concepto democracia algún epíteto como democracia social, constitucional u obrera, cuando la democracia por sí misma no necesita de muletillas ni epítetos, si bien es verdad que según el color de cada gobierno, éste incidirá ideológicamente sobre el concepto, desnaturalizando su verdadera esencia al arrimar el ascua al régimen oficialista de turno.

La democracia sustancial se dota de reglas e instrumentos que ‘democráticamente’ han de prevalecer en tanto no sean modificados por la aritmética de los votos, y aquí entramos de lleno en los defectos o carencias de la nuestra. Hacen falta leyes orgánicas que no colisionen con la Constitución y que puedan ser modificadas sin que afecten a la esencia de la Carta Magna. El ideal democrático debe ser un bastión de la ética y una vacuna inmisericorde contra la corrupción, sin embargo del entusiasmo de los primeros años pasamos al escepticismo y al desencanto; el engaño ha sido exponencial a medida que avanzaban las legislaturas, lo que interesaba era el poder, las corrupciones se tapaban, hasta que el sistema estalló, porque la justicia no dicto todas las sentencias procedentes. El resarcimiento del engaño ya no fue posible y así llegó el populismo, los antisistema, el anarquismo y el bolchevismo con piel de cordero, hoy todo sobrevuela el espectro político de nuestro país, ¡qué mal lo hemos hecho!

¿Qué nos queda? La democracia, sí, que con todas sus carencias nos permitirá emitir nuestro sufragio una vez más y será decisivo analizar los programas electorales de cada partido, no las promesas sino su viabilidad, el europeísmo y la realidad del capitalismo democrático de nuestro siglo.

Uno nunca ha militado en un partido, pero la democracia me permite expresar la libre opinión sin censuras. Urge el cambio de la ley electoral, a todas luces injusta, la separación real de poderes, la autogestión del poder judicial, una fiscalía ajena al gobierno de turno, y un pluralismo que permita el ejercicio libre de la iniciativa privada sin trabas ni competencia desleal de las administraciones; en cuanto a las pensiones, no cabe duda que se deberá proveer un fondo que se nutra de los impuestos de todos para hacer sostenible el sistema.

La salida del comunismo de Europa propició el sistema capitalista y con él llegó una sociedad mercantilizada con sus luces y sus sombras que abrazó la democracia pero que se olvidó del humanismo y que en una economía de libre mercado se ha ido devorando a sí misma.

En toda elección cuenta la influencia de las finanzas, también los intereses de ricos y pobres o la transparencia informativa, pero sobre todo para 3,8 millones de parados cuenta la esperanza de salir del suburbio de la crisis.

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