Libertad de expresión, bye, bye

Las redes sociales se han convertido en una cloaca.

19 mayo 2017 16:08 | Actualizado a 21 mayo 2017 14:09
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T odo el mundo defiende la libertad de expresión. La suya, claro. En cambio, suele ser reticente con la ajena.
Lo estamos viendo cada día desde que se puso de moda la expresión “tolerancia cero”, es decir, la práctica de la intolerancia a secas. Se aplica tanto a las acciones más innobles (maltrato doméstico, corrupción…), como a cualquier ocurrencia del último descerebrado que pasa por ahí.
Por fortuna, no estamos ante un régimen liberticida, como el padecido bajo el general Franco, en el que un simple comentario de bar sobre el dictador podía costarte años y años de cárcel. Poco a poco, sin embargo, se está imponiendo un canon de conducta de lo “políticamente correcto”, en el que ni un obispo puede decir lo que piensa sobre la sexualidad (en coherencia con la creencia religiosa que profesa), ni un militar participar en unas maniobras tácticas.
Es verdad que hay gente para todo, claro, y que las redes sociales se han convertido en una cloaca en la que tipos frustrados y paranoides vuelcan cotidianamente su bilis. Pero ni por ésas: la tercera parte de los casos de terrorismo que hoy en día juzga la Audiencia Nacional son opiniones vertidas en la red y que se consideran delitos de incitación al odio y a la violencia.
Ya ven que hay que andarse con cuidado. Sobre todo, si nuestros comentarios van contra los grupos ideológicos que ahora marcan las pautas de comportamiento social. Parodiando esa situación, el humorista Aarón Gómez acaba de inventar el “chiste políticamente correcto”, en el que cautelosamente evita denigrar a ninguna persona o cosa y en el que el protagonista ni siquiera admite ser “un caballero”, para que no se sienta ofendido ningún caballo. 
Todo el mundo defiende la libertad de expresión. La suya, claro. En cambio, suele ser reticente con la ajena.
Lo estamos viendo cada día desde que se puso de moda la expresión “tolerancia cero”, es decir, la práctica de la intolerancia a secas. Se aplica tanto a las acciones más innobles (maltrato doméstico, corrupción…), como a cualquier ocurrencia del último descerebrado que pasa por ahí.
Por fortuna, no estamos ante un régimen liberticida, como el padecido bajo el general Franco, en el que un simple comentario de bar sobre el dictador podía costarte años y años de cárcel. Poco a poco, sin embargo, se está imponiendo un canon de conducta de lo “políticamente correcto”, en el que ni un obispo puede decir lo que piensa sobre la sexualidad (en coherencia con la creencia religiosa que profesa), ni un militar participar en unas maniobras tácticas.
Es verdad que hay gente para todo, claro, y que las redes sociales se han convertido en una cloaca en la que tipos frustrados y paranoides vuelcan cotidianamente su bilis. Pero ni por ésas: la tercera parte de los casos de terrorismo que hoy en día juzga la Audiencia Nacional son opiniones vertidas en la red y que se consideran delitos de incitación al odio y a la violencia.
Ya ven que hay que andarse con cuidado. Sobre todo, si nuestros comentarios van contra los grupos ideológicos que ahora marcan las pautas de comportamiento social. Parodiando esa situación, el humorista Aarón Gómez acaba de inventar el “chiste políticamente correcto”, en el que cautelosamente evita denigrar a ninguna persona o cosa y en el que el protagonista ni siquiera admite ser “un caballero”, para que no se sienta ofendido ningún caballo. 
 

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