Los amigos del Covid-19

El Covid-19 tiene todo tipo de amistades pero ninguna de momento es peligrosa para él, porque en realidad el peligro es él mismo

21 julio 2020 13:30 | Actualizado a 21 julio 2020 14:26
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El Covid-19, este coronavirus agresivo y tremendamente contagioso, tiene, a pesar de todo ello, muchísimos amigos. Amigos que seguramente se molestarían mucho si se les recordara esta amistad. Porque nadie quiere tener amigos que matan o que son demasiado agresivos y van dejando secuelas por todos los lugares del mundo por donde pasan, incluso los lugares más bellos, los más románticos, los más célebres, los más históricos. Y también los más feos, los más tristes, los más humildes, los más desamparados, los más ricos.

El Covid-19 tiene todo tipo de amistades pero ninguna de momento es peligrosa para él, porque en realidad el peligro es él mismo. Los amigos del Covid-19 juegan incluso con él y hasta en plan amistoso siempre le provocan. La vida es bella y a mí no me va a tocar, dicen. Y así como el Covid-19 no tiene amistades peligrosas al ser el peligro él, en cambio sus amigos, que a su vez no creen que lo sean si tienen en el Covid-19 una amistad peligrosísima. Porque la vida es bella hasta que deja de serlo.

Las amistades del Covid-19 son transversales. O sea de todo tipo y condición, ricos y pobres, altos y bajos, mujeres y hombres, jóvenes y maduros. Gente mayor, lo que se dice gente mayor, ya no hay muchos que sean amigos del Covid-19 por la tan trágica como auténtica razón de que están muertos. Incluso a lo mejor, algunos, objeto de triaje, podría ser, y que las familias harán bien en investigar por si la incompetencia política y tal vez también de algún técnico asesor se transformó al final de la cadena en este trágico triaje para poder morir primero el más viejo y el más débil.

Los amigos del Covid-19 son alegres, divertidos, incluso un poco inconscientes. Incluso puede tener alguna justificación esta amistad si se plantea la disyuntiva entre la infección y una posible muerte o el hambre para uno y su familia. Peor justificación sería si la disyuntiva es entre la infección o el ser un poco menos rico. En todo caso todos los amigos del coronavirus, tengan la justificación que tengan, son dañinos y no solamente para ellos mismos.

Pero merecen una especial consideración las personas sanas sin patologías previas, maduras o jóvenes, a los que las normas elementales de mascarilla, distancia de seguridad e higiene, especialmente de manos, literalmente les resbala. Cuando sales a la calle con excesiva frecuencia se observa el incumplimiento. Mascarillas que no protegen la nariz y que salvo enfermedad respiratoria que lo imposibilite, son peligrosas. Coquetería masculina o femenina con mascarillas en el codo, difícil por cierto, colgando de una oreja, parece incómodo o cubriendo el cuello en vez de la cara como un pañuelo decorativo. O bajando de tanto en tanto por uso excesivo y no ajustarse debidamente a la cara.

Y distancias sociales dudosas con saludos efusivos y con ocio nocturno en que a medida que avanza la noche y salen más estrellas, las distancias se vuelven muy cortas.

Todas estas descripciones que pueden parecer incluso ocurrentes y divertidas son sin embargo tan dañinas como egoístas. Son dañinas para los que no cumplen las tres sencillas normas, pero esto al final es un problema del que incumple, allá él se podría decir. O incluso y si se produce algún brote o rebrote, que ya no se sabe muy bien dónde estamos, por su conducta y les afecta se puede continuar manifestando ya se arreglará.

Pero es que aparte de dañinas estas conductas son terriblemente egoístas, porque dentro de la transversabilidad de la que se hablaba pueden afectar no solamente al propio o a los propios causantes, sino a su grupo, a su familia. Y sobre todo, y esto es todavía peor, a muchos que no tienen nada que ver con ellos y que reciben de rebote este regalo envenenado. Así como a los profesionales sanitarios que pueden incluso llegar al contagio por culpa de estos ciudadanos y ciudadanas, que se caracterizan por encontrar todas estas medidas exageradas y fuera de lugar porque piensan que en realidad no hay para tanto. Ellos también son los causantes, aparte de los daños sanitarios, de los subsiguientes daños económicos y de las peligrosas crisis que puedan venir y que entre todos juntos debiéramos intentar evitar.

No debería haber amigos del Covid-19. No debería tener nadie, joven, maduro o gente mayor, este tipo de amistades. No debiera haber este tipo de gente que en realidad va sobrada. Porque, como dice la canción: «Después de un invierno malo, una mala primavera. Dime por qué sigues buscando una lágrima en la arena».

Doctor en Dret, Ponç Mascaró trabajó durante más de treinta años en el Ayuntamiento de Tarragona, donde fue secretario general con los tres primeros alcaldes de la democracia. Ha recibido varios reconocimientos por su trabajo.

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