Los caballos no compran periódicos

19 octubre 2021 16:29 | Actualizado a 19 octubre 2021 16:35
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¡Hola vecinos! Aunque el fútbol me aburre soberanamente hace medio siglo presté impagables servicios profesionales a un semanario deportivo que aparecía los lunes. Y eso me hizo tragar futbolete, tanto si me gustaba como si no. Que ya digo que era que no. Pasando muy mucho de la crónica del partido -que la hacía otro-, en el descanso nos metíamos en las gradas un fotógrafo y el abajo firmante, a lo que llamábamos:  ‘sacar gente’. Gente de la afición, gente que se pirraba por dar su opinión acerca de la marcha del encuentro, futboleros irredentos con bocadillo o sin bocadillo, con bota de vino o sin bota, con puro o sin puro. No se habían inventado las vuvuzelas. A mayor número de forofada sacada en blanco y negro, más ejemplares  se venderían. En tal razonamiento consistía la filosofía sustancial de la encomienda.

Por si quedaba alguna duda acerca del plan general estratégico de márquetin, un día el director y propietario de la empresa mediática lo escenificó en la redacción, a manera de efecto ejemplarizante. El reportero gráfico le mostró fotografías que acababa de revelar en su laboratorio, hechas esa mañana en una competición hípica. El jefe las miró una a una, las juntó todas y, ¡ris rás!, las hizo trizas, arrojando los cachos a la papelera más próxima mientras el fotógrafo adquiría un llamativo color grana en los mofletes.

-¿Los caballos compran periódicos? Responda: ¿ha visto usted a algún caballo comprando el periódico en el quiosco? -bramaba la autoridad-.

-Yo lo que usted diga, señor director. Y, si lo ve visto, no me acuerdo, lo juro.

-Entonces… ¿por qué me trae usted fotos de caballos saltando? ¿A quién le importan los caballos saltando? ¡Gente, sáqueme usted gente! ¡Los periódicos los compra la gente que va a los sitios!

Bastantes años más tarde -en 2002-, Los caballos no compran periódicos fue el título de un libro recopilatorio de anécdotas periodísticas coordinado por el escritor y periodista Mariano Gistain (Barbastro, Huesca, 1958). Ciento once profesionales de medios de información cuentan en el libro sus experiencias profesionales más paranormales, y la de los caballos fue una de las mías, que la viví con estos preciosos ojitos que se han de tragar la tierra.

A los caballos, no sé. Pero a los humanos nos gusta salir en los periódicos. Para bien, claro.  Si vas a salir para mal, si vas a salir en el Obituario, en Sucesos o en los Pandora Papers, lo mejor es abstenerse si se puede. Al día siguiente de la pasada fiesta del 12 de octubre, un diario regional aragonés sacó a la calle un suplemento especial de 75 páginas, con todo fotografías de los grupos de seres ataviados de entrañable etiqueta típica que habían participado en la Ofrenda de Flores a la Virgen del Pilar de la capital pumaña. 75 páginas, que se dice pronto y que constituyen un tocho… salvo para quienes posan en ellas con garbo más o menos baturro. Se supone que todos comprarían el periódico del 13 de octubre, además de sus respectivas tías, sobrinos, cuñadas y amigos. Miles, porque los grupos se enmarcan en un amplio abanico: desde la Casa Catalana en Zaragoza a la Asociación de Amigos del ‘600’, pasando por Vox. Lo de Vox es un poco inconexo:  una formación política de ultraderecha llevando flores a una emigrante ilegal de Nazaret (Galilea), que se apareció en carne mortal en Zaragoza, sin papeles. No me cuadra.

Facebook, Instagram, YouTube, Twitter, Tik Tok, nos permiten ahora contar al mundo nuestra vida y milagros por medio de textos, imágenes fijas o en movimiento, retazos de la cotidianeidad -mira lo que estoy comiendo, mira como me divierto, mira dónde estoy, mira lo que pienso-, momentos a menudo domésticos y sin mucho interés ni relevancia. Pero donde esté un periódico en papel, con su crucigrama, sus anuncios por palabras y su quiosquero, que se quite todo. Salir en el periódico queda para siempre, aunque el papel amarillee con el tiempo. 

Por eso asomo por aquí cada semana. Por egoísmo. Porque me gusta verme. Por presumir.
 

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