Los catalanes nunca ganaremos el Tour

El castellano es guerrero, austero, épico, explosivo. El catalán es racional y de esfuerzo sostenido

19 mayo 2017 22:15 | Actualizado a 22 mayo 2017 14:42
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He de confesarles una pequeña debilidad personal: mi pasión por el ciclismo –siempre como espectador– y en especial por su prueba reina, el Tour de Francia.

La afición a este bello deporte se remonta a la adolescencia, en los años sesenta, cuando en paralelo con el Tour oficial, en julio, celebraba el mío particular. Cada día, mientras los adultos de casa hacían la siesta, ponía los cromos de ciclistas sobre la mesa camilla, en un montón, les daba un manotazo y salían desperdigados en horizontal, como si de perdigones de escopeta se tratara. Cada centímetro entre cromo y cromo era un minuto; varios amontonados equivalía a entrar en pelotón; cada lanzamiento representaba una etapa; y la suma de todos –en total veintiuno– daba la clasificación final del tour.

Casi siempre ganaba un ciclista catalán llamado Michelena. Aunque el héroe de mi infancia llegó más lejos en este ficticio tour que en su realidad profesional. ¿Por qué? Porque su cromo, más grande y de diferente colección que los restantes, pesaba más y el manotazo lo proyectaba más lejos.

El análisis retrospectivo de medio siglo largo de uso de razón ciclístico me lleva a dos conclusiones. Una, ningún catalán ganó el Tour, pese a sus más de cien años de existencia. Y dos, los ganadores españoles casi siempre fueron castellanos (Bahamontes, Ocaña, Delgado, Sastre y Contador) y un vasco, Induráin, nacido en Villava, en la zona vasca de Navarra. Omito al gallego Oscar Pereiro, investido ganador del 2006 un año después en los despachos por el positivo del ganador en meta, Floyd Landis.

¿Casualidad? Las cosas no suelen ser casuales, sino causales. Y la causa de esta realidad podría estar en el diferente ADN de castellanos y catalanes, en la mochila tan dispar que unos y otros llevamos a la espalda.

El castellano es guerrero (como el vasco, el inglés o el serbio), austero, épico, explosivo, individualista. O sea, el prototipo de hombre Tour. Capaz de dar el máximo en un momento puntual, pero inconstante, sin continuidad, proclive a desinflarse hasta llegar incluso a la postración. Recordemos a Bahamontes, vencedor del Tour de 1959, que ya no hizo nada más. Capaz de sacar un mundo a sus rivales en un puerto, para, con un tilde de chulería, esperarles después sentado en la cima. O a Luis Ocaña, capaz de sacarle ocho minutos al mismísimo Eddy Merckx en una etapa, como de estamparse al día siguiente por un barranco; o de ganar el Tour de 1973 y de suicidarse once años después.

El catalán, en cambio, es racional, reflexivo y de esfuerzo sostenido, que hace de la moderación, del pacto y del seny, pautas de conducta. No es de extrañar, con este perfil, que encauce sus energías hacia deportes menos duros, de equipo, con predominio de la estética y rendimiento a largo plazo (baloncesto, natación, fútbol incluso). Con estas características es difícil ganar el Tour. Lo máximo a que se puede llegar es a ser un Miguel Poblet, un Melcior Mauri o, en clave local, un Jordi Mariné.

Y los hombres hacen a los países. Castilla, guerrera, utilizó históricamente la espada como forma de imposición. Y cuando la espada o la fuerza (valga la redundancia) eran determinantes, dominó el curso de la Historia, para caer en declive en los períodos democráticos cuando el pacto, la transacción y la tolerancia son valores predominantes. En tiempos de la espada, el Aznar de turno no habría dudado en bombardear Barcelona o sacar los tanques por la Diagonal para detener una deriva soberanista como la actual. Pero hoy la opinión pública internacional no permite desenvainar la espada, y Castilla, personalizada por Rajoy, está desconcertada, sin saber qué hacer. Utiliza el Constitucional como muro de contención, en lugar de dar una respuesta política, con la esperanza de que Bruselas le resuelva la papeleta, y consciente de que una Catalunya independiente sería un precedente letal para la UE. Una crisis tan profunda, que ríanse Vds. de la griega.

Catalunya hunde sus raíces en la cultura fenicia, en Grecia, en el Mediterráneo, en fin. El comercio, el pacto, la tolerancia. A eso añade el método, la razón, la reflexión y la perseverancia. Tarradellas llegó a decir en privado que Catalunya era pactista y cobarde. Pero entendía por pactista la cultura del diálogo y la tolerancia como forma de solucionar los conflictos; y por cobarde la prudencia y la moderación. Quizás no iba desencaminado el difunto President. Parecen tópicos. Pero los tópicos responden muchas veces a la realidad.

Los catalanes nunca ganamos el Tour. Y es probable que no lo ganemos jamás. Cuando esto escribo, el primer clasificado catalán –Purito Rodríguez– está a más de media hora del líder, Chris Froome. Al menos este año se confirmará la regla.

pacozapater@gmail.com

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