Los celosos

Los liderazgos, hasta los más ocasionales, despiertan no sólo celos, sino recelos

19 mayo 2017 23:58 | Actualizado a 20 mayo 2017 21:37
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En vez de estar celosos de su deber, los políticos lo están de sus colegas y de sus enemigos. No les perdonan una porque saben que son capaces de hacer muchas más. Esa enfermedad de la imaginación, que según Vicente Aleixandre son los celos, no tiene cura. Hay quien los tiene del aire y quizá por eso se propaga cuando corren vientos de cambio. En el PP, según parece, ya que en ese partido todo es al parecer, los ministros más veteranos han formado un bloque contra los fieles a Sáenz de Santamaría, también conocida como «la pequeña coronela». Esta mujer es listísima y además muy trabajadora, virtudes que no siempre coinciden, y su acumulación de poder tiene un poco moscas a todos los del avispero.

También los dirigentes del PSOE están alborotados y critican el protagonismo de Pedro Sánchez. El joven líder para no tener que cambiar de camisa lleva siempre una blanca, blanca blanquísima. Los otros líderes, conocidos en sus respectivos barrios, critican sus constantes apariciones y le piden menos promoción personal y más ayuda en las municipales. Creen, como algunos entrenadores de fútbol, que lo importante es el conjunto. ¿Qué sería de Messi y de Cristiano si no tuvieran asistentes que les pusiesen los balones a pie de bota? Es una forma de ver las cosas, pero nadie optaría al ‘Pichichi’ si todos los demás fueran unos tuercebotas.

Los liderazgos, incluidos los más ocasionales, despiertan no sólo celos, sino recelos. Si el primero es el mayor monstruo, los demás son unos mostruitos, cada uno con su fardo de vanidad a cuestas. Nadie quiere compartir un posible triunfo, por muy lejano que lo vea. Incluso Tania Sánchez, pareja del emergente Pablo Iglesias, no ve bien que Podemos degluta a los viejos luchadores de IU. Un respeto para los veteranos. Según ella, recién elegida candidata a la Comunidad de Madrid, sólo es necesario que den un paso atrás los que estaban en primera fila. O sea, ordenar el relevo para que no haya más empujones que los inevitables.

 

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