Los pactos, ese enigma

No habrá pactos genéricos ni acuerdos globales, y mucho menos antes de las generales

19 mayo 2017 22:42 | Actualizado a 22 mayo 2017 18:17
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La estructura básicamente cuatripartita de la representación política en estas elecciones territoriales, aderezada con muchos pequeños partidos nuevos en numerosas circunscripciones, obligará a un saludable ejercicio de convergencia mediante la negociación y el pacto, las grandes herramientas de la democracia.

Los pactos más previsibles, los que suscriban los viejos partidos con los nuevos (tampoco pueden descartarse los que firmen entre sí PP y PSOE, de un lado, y Podemos y Ciudadanos, de otro), se guiarán por criterios de afinidad y contigüidad. Es probable que las formaciones netamente de izquierdas -PSOE, Podemos, Izquierda Unida, candidaturas de unidad popular-, que están en mayoría política incuestionable, exploten el éxito y hagan un esfuerzo integrador para arrebatar plazas a la derecha. El pacto PSOE-Podemos puede lograr, por ejemplo, los gobiernos de la Comunidad de Castilla-La Mancha, Aragón y Baleares o los ayuntamientos de Madrid, Zaragoza o Sevilla, entre otros.

Mucho menos evidentes son los pactos que puedan suscribirse en el otro hemisferio, ya que en modo alguno está tan claro el papel que esté dispuesto a representar Albert Ribera, líder de Ciudadanos.

Durante la campaña, muchos análisis han cedido a la tentación de considerar una aparente simetría que probablemente no sea real y vaya por tanto a cumplirse: la cercanía entre Podemos y el PSOE tendría su contrapunto en la proximidad entre Ciudadanos y el PP. Y no está clara en absoluto la contigüidad entre el PP y Ciudadanos. Es cierto que los programas económicos de ambas organizaciones no están muy lejos pero Albert Rivera se ha definido como “progresista” en muchas ocasiones, se ha declarado más afín al PSOE que al PP y ya ha explicado con claridad que quien pretenda pactar con Ciudadanos tendrá que aceptar un código de regeneración política que incluye la apertura y democratización de la estructura de los partidos políticos, algo a lo que el PP respondió con exabruptos, llegando a calificar la sugerencia de «chantaje» (Rivera tuvo que recordar a los populares que no es obligatorio pactar con Ciudadanos y que este partido es muy dueño es imponer las condiciones que considere oportunas a quienes pretendan aliarse con él).

Además, es evidente que Ciudadanos no se echará en brazos de ningún partido (ni del PP ni del PSOE) porque, si lo hiciera, sería fácilmente fagocitado por su socio. Hay una extensa literatura política sobre el papel de los partidos bisagra, cuya tarea más difícil es mantener intacta su identidad a pesar de servir de muleta para formar una coalición.

Es así previsible que Ciudadanos negociará plaza por plaza, y no sólo con el PP, basándose en la asunción de un programa paccionado en el que predominarán los criterios de regeneración democrática. Lo cual abre un gran campo de incógnitas en aquellas instituciones en que su posición es determinante. En la Comunidad de Madrid, por ejemplo, donde la vencedora en las elecciones, Cristina Cifuentes, podría lograr el gobierno si uniera sus 48 escaños a los 17 de Ciudadanos, si bien la abstención de este partido daría el gobierno a Ángel Gabilondo, al frente de una también hipotética coalición entre el PSOE y Podemos.

No habrá, en definitiva, pactos genéricos ni acuerdos globales, y mucho menos antes de las elecciones generales. Por lo que se anuncia un largo periodo de negociación y dudas, en el que los actores políticos deberán retratarse ante una ciudadanía expectante que exige rigor, espíritu de servicio y congruencia ideológica.

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