Luis Fernando Valero. La última tertulia

Fernando era, y lo fue hasta el final, un hombre coherente con lo que pensaba y sobre todo un hombre honesto

12 enero 2021 09:20 | Actualizado a 12 enero 2021 09:50
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La mayoría de nosotros le conocimos cuando ya había cumplido los setenta años, es decir, cuando ya había acabado su vida laboral, que había desarrollado tanto en España como en el extranjero. Tuvimos la suerte de compartir con él muchas tertulias, en las que participábamos algunos colaboradores del Diari de Tarragona, así como su director durante años, Josep Ramon Correal. Disfrutó en esos encuentros mensuales, como su hijo Ferrán recordaba al comunicarnos la muerte de su padre. Era un tertuliano ideal, quizás el mejor de todos, y no es fácil conseguir este puesto en un grupo tan heterogéneo como el que propio Diari tituló en su día con el nombre de ‘Los tribunos’, integrado por personas que escriben periódicamente artículos de opinión. Tenía varias características esenciales para ello.

En primer lugar, sus ideas sobre la Política, el Estado o la sociedad actual, que podían ser consideradas radicales en el buen sentido de la palabra. Algunos podían compartir sus planteamientos en su integridad, otros podían poner ciertas pegas a algunos de sus postulados, muchos podían discrepar abiertamente con el conjunto, pero su pensamiento era diáfano y sabía argumentar las razones que le habían llevado a pensar de esta forma. Fernando era, y lo fue hasta el final, un hombre coherente con lo que pensaba y sobre todo un hombre honesto, que anteponía la sinceridad a la oportunidad. Todo en esta vida puede disculparse o si quieren relativizarse, pero lo que al final importa de las personas es si son honestas o no. La honestidad es paralela a la bondad. Fernando era un hombre honesto y bueno, y esto no es fácil conseguirlo en un mundo que se caracteriza por todo lo contrario. Para muchos de nosotros fue un amigo, para algunos incluso un gran amigo, cuya pérdida te hace sufrir y apenarte porque ya no le tendrás al lado en el momento que lo necesites (que en eso consiste la amistad).

Fernando era un hombre esencialmente tolerante. Nunca levantó la voz, incluso cuando oía ideas con las que sabíamos que no estaba en absoluto de acuerdo. Pero su tolerancia no le impedía hablar y contraargumentar. Fernando no fue nunca un hombre cobarde o un hombre acomodaticio. Dijo lo que pensaba y lo dejó escrito, con toda claridad para que no hubiera dudas sobre su postura, en sus numerosos escritos en el Diari de Tarragona y en los otros medios de comunicación con los que participaba con regularidad. Fernando postulaba que no se debía meter la cabeza debajo del ala, que no se debía callar ante las injusticias, y que era necesario defender la libertad hasta sus últimas consecuencias. Radicalidad en las ideas, tolerancia en las formas, honestidad en el fondo. Las virtudes del profesor Valero le consagraron como un tertuliano imprescindible, cuya silla vacía será muy difícil, posiblemente imposible, que sea ocupada con tanta dignidad.

En las tertulias en las que participó siempre recordaba su pasado en Centroamérica, la muerte de Monseñor Romero (que él presenció), los intentos de asesinato contra él y su familia que al final provocaron su regreso a España. Su larga estancia en el continente americano, en el momento de su mayor plenitud vital, le dejó una huella que no se borró nunca. Siempre utilizaba el «vos» para dirigirse a los otros, como símbolo de esos años; y no dejó de volver en numerosas ocasiones a los países iberoamericanos, donde nos consta que deja muchos amigos y también muchos alumnos.

Fernando era un apasionado de la enseñanza, lo llevaba en la sangre, creía que la educación era la base de una sociedad más justa y más honesta. Y esa lucha no la dejó nunca, hasta el mismo momento de su muerte. Fernando fue un Maestro que deja muchos hijos intelectuales que le recordarán siempre, y a través de los cuales su memoria perdurará en el tiempo.

De todas las virtudes del profesor Valero, la más conmovedora ha sido su entereza en el enfrentamiento con la muerte, su dignidad ante el final. El día 5 de enero era su cumpleaños. Nos mandó una foto desde el hospital. Estaba jovial. Sólo algunos sospechábamos que pintaban bastos y que la batalla estaba perdida. Él lo sabía y no lo ocultó. Llamó a uno de sus amigos para darle las gracias por la amistad y le leyó un verso de Amado Nervo, que empieza diciendo «Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo vida, porque nunca me distes ni esperanza fallida, ni trabajos injustos, ni pena inmerecida, porque veo al final de mi rudo camino que yo fui el arquitecto de mi propio destino», y que termina con «Amé, fui amado, el sol acaricia mi faz. ¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!».

Fernando, nuestro amigo Fernando, falleció como había vivido. No hay mayor elogio. Los que compartimos con él muchas largas tertulias le recordamos.

Dánel Arzamendi, Francisco Zapater, Jordi Bertrán, Pere LLuís Huguet, Pablo Alcaraz, Ángel Belzunegui, Concha Manrique, Xavier Climent, Joaquín Ruiz de Arbulo, Magí Aloguín, Santi Castellà, Emilio Mayayo, Josep Moya-Angeler, Roger Pla, Antonio Jordà, Josep Oliveras, Silveri Pérez, Daniel Vilarobert, Yolanda Ortega, Enric Casanovas, Josep Ramon Correal y Martín Garrido.

Martín Garrido Melero: Notario. Profesor de Derecho Civil de la Universitat Rovira i Virgili (URV). Con el Govern Maragall formó parte del grupo de expertos designado por la Generalitat para elaborar el Libro de Sucesiones del Código Civil Catalán.

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