Manzanas traigo

Es posible que esta conmoción colectiva comience a serenarse con nuevos comicios autonómicos

21 octubre 2017 07:26 | Actualizado a 21 octubre 2017 07:35
Se lee en minutos
Participa:
Para guardar el artículo tienes que navegar logueado/a. Puedes iniciar sesión en este enlace.
Comparte en:

Si no recuerdo mal, en el colegio nos enseñaron que un objeto sometido a fuerzas iguales y opuestas tiende a permanecer en el mismo lugar. Supongo que algo parecido le ha sucedido estos días al President de la Generalitat, un dirigente que apenas consigue mantener los difíciles equilibrios que cimentan su posición, y que precisamente por ello ha recibido esta semana presiones brutales y contrarias desde todos los sectores del catalanismo.

Las discrepancias que comienzan a percibirse en el bloque soberanista no afectan a su horizonte final, sino al camino y las prisas para llegar a este objetivo. La independencia catalana es una meta política perfectamente legítima y razonable, pero cunde la sensación de que el procedimiento adoptado para lograrla hace aguas por todas partes. Hace cinco años el vendedor Artur Mas nos ofertó un producto de diseño que garantizaba mayor autogobierno, respeto a la legalidad, respaldo internacional y prosperidad económica, y un lustro después el repartidor Carles Puigdemont llama a nuestra puerta con una extraña caja que contiene la suspensión de la autonomía, inhabilitaciones a diestro y siniestro, desprecio absoluto de la UE y una estampida empresarial antológica: la antigua Convergencia se ha convertido en el Aliexpress de la política catalana.

El último capítulo de nuestra particular travesía hacia el País de Nunca Jamás arrancó el pasado 10 de octubre, cuando el President pronunció en el Parlament un discurso que no satisfizo a nadie, salvo a los profesionales del procesismo (el que se mueve no sale en la foto) y a algunos periodistas de abrevadero (minutos antes exigían una tajante proclamación de la nueva república, y minutos después alababan la «astucia» de Puigdemont). Aquella dudosa declaración fue recibida por los independentistas convencidos como un gatillazo en toda regla (recordemos las imágenes de desolación en Arc de Triomf), por las grandes empresas como el acta de defunción de la seguridad jurídica en Catalunya (desde entonces han huido casi un millar de compañías), y por el Estado como la confirmación de que el Govern se ha echado definitivamente al monte, aunque para ello se vea obligado a negar la evidencia (el President no dudó en afirmar que el referéndum se había desarrollado con todas las garantías, una tesis desconcertante que incluso fue negada por los propios observadores invitados por la Generalitat).

Ante semejante panorama, Moncloa solicitó a Puigdemont la clarificación de sus palabras: ¿han declarado ustedes la independencia, sí o no? Aunque Mariano Rajoy es un verdadero experto en la elaboración de frases sin sentido alguno, la carta que el pasado lunes remitió la Generalitat superó con creces la capacidad del pontevedrés para hablar mucho sin decir nada.

La gran incógnita es saber quién capitalizará electoralmente todo este torbellino

Efectivamente, el President no quería enfrentarse a las asociaciones y entidades nítidamente rupturistas (empezando por la CUP, cuyas juventudes ya lo habían acusado de traición días atrás) pero tampoco deseaba romper amarras con ese sector del soberanismo (muy abundante, aunque apenas susurra fuera de círculos privados) que considera que la DUI es un disparate mayúsculo.

La ambigüedad de la respuesta obligó al gobierno español a solicitar por segunda vez la aclaración de su postura. El Molt Honorable decidió enclaustrarse en su despacho de la Plaça de Sant Jaume, acosado por diferentes pesos pesados del país que intentaban atraerlo a su redil: activistas irreductibles, predecesores maniobreros, empresarios aterrorizados, asesores hiperventilados, políticos inquietos… Por si la presión fuera poca, la jueza de la AN Carmen Lamela ordenaba el martes el ingreso en prisión de los líderes de ANC y Òmnium Cultural, una medida innecesaria, desproporcionada y contraproducente que sólo ha logrado calentar aún más la olla a presión catalana. Tal y como dicta la ley física apuntada al inicio, la suma de fuerzas contrarias apenas logró mover un milímetro la posición del President, quien contestó el jueves con otra carta que respondía sustancialmente al viejo dicho popular: «de dónde vienes, manzanas traigo». Conclusión: habemus 155.

Todo apunta a que nos esperan unos días muy complicados desde el punto de vista emocional (la Generalitat será intervenida, los partidos secesionistas declararán la independencia, el Estado considerará nula esta proclamación, el soberanismo volverá a llenar las calles, la Moncloa tomará el control de nuestras instituciones, se declarará una huelga indefinida…), pero es posible que esta conmoción colectiva comience a serenarse cuando se convoquen nuevos comicios autonómicos. La gran incógnita es saber quién capitalizará electoralmente todo este torbellino: el secesionismo (la suspensión del autogobierno aumentará exponencialmente la imagen opresiva y represiva del Estado) o el unionismo (los últimos movimientos de la UE y el mundo económico certifican que la independencia unilateral nos conduce al abismo). Todo está por decidir.

Comentarios
Multimedia Diari