Más allá del miedo

14 agosto 2020 07:50 | Actualizado a 14 agosto 2020 08:30
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Un dicho latino afirma que lo primero que hizo Dios al crear a los hombres fue meternos el miedo entre pecho y espalda para que no se le extinguiera la especie; y la antropología, que lo primero que hizo el hombre fue crear a dios para poder aguantar las mariposas que se quedan en las tripas.

El temor a la muerte, la madre de todos los miedos, es una emoción de raíces primitivas que nos salvaguarda del peligro.

El miedo es libre y cada cual lo administra como puede. Bien gestionado nos salva constantemente el pellejo.

Pero cuando se apodera de ti convertido en angustia nos arrastra a una parálisis peor que el propio agente causante que puede resultar más dañina que la propia enfermedad.

Muchas personas sufren tal miedo a morir que no les deja vivir, y como me dijo una amiga llena de vitalidad, ¿quién te va a devolver el ocho de agosto?

El miedo lo padece quien ve ante sí una gran amenaza y comienza con una alerta.

He visto a muchos opositores cuando ha sonado el timbre que anunciaba su turno comenzar a arrugarse como un bicho-bola incapaces de enfrentarse a un tribunal y defender todo lo estudiado durante años.

Hace tiempo coincidí en un hotel con el presidente de un estado africano que pasaba unos días de asueto con su familia.

Esos dictadores tienen terror a abandonar el poder de la misma forma en la que lo conquistaron, y el recinto estaba tomado por un buen número de escoltas armados y un pitbull que la primera noche me atacó por sorpresa al llegar a mi habitación.

Esos perros potencialmente peligrosos son reflejo del carácter de sus dueños y la mayoría de sus embistes acaban en muerte o mutilación.

Las habitaciones estaban dispuestas como una aldea africana, con chozas redondas y espalda con pared me deslicé por el exterior de la mía, sobrevivir era cuestión de geometría, pues la longitud de la cadena formaba el radio de otra circunferencia que apenas dejaba espacio entre tangentes.

No debí protestar en la recepción, fui el hazmerreír del presidente y de la mirada de su tercera esposa en la piscina, con aire de suficiencia. Poco después los acribillaron a balazos en aquella tumbona real.

La segunda noche regresé a dormir tragando saliva y rezando para que el cancerbero no estuviera guardando la salida del laberinto circular; pero estaba, siempre estaba más próximo porque los del servicio secreto le daban cuerda.

Eso es de lo que estamos hablando, como si usted no supiera lo que es: carecer de respuesta alguna para librarse de la pérdida de dominio que me producía aquel encuentro, nada en tu potencial para liberarse de una situación que escapa a tu control.

Una tarde cambiaron las tornas, llegué al parquin, el pitbull estaba sin vigilancia y decidí comprobar la fortaleza de mi enemigo.

Encendí las luces largas iluminando sus ojos desorbitados mientras me gruñía, y con el parachoques le apreté el cuello contra un muro hasta conseguir que se tranquilizara.

Debía entender que no se puede querer matar a quien tiene en su poder perdonarte la vida, pero bastaba que reculara para volver a enseñarme los colmillos.

Dicen que el miedo no anda en burro para expresar la velocidad con la que se apodera de ti debido a la contracción de un músculo biointeligente llamado psoas que encarna nuestro deseo más profundo de florecer.

Al salir del coche, con uno de aquellos golpes de pecho, el pitbull partió la cadena y sonó el timbre. Lo vi más grande, más cerca y más cabreado porque el miedo distorsiona la percepción de la realidad.

Ante un riesgo cierto hay tres posibilidades: atacar, correr o quedarse quieto.

La Organización Mundial de la Salud ha afirmado que no va a haber una «bala de plata» para matar al hombre-lobo y no encontraremos ningún lugar en el planeta al que puedas huir para estar a salvo del virus Covid-19; así que nos queda seguir adelante a toda la velocidad a la que se puede huir sin que se note, escuchando el tam-tam: «Nadie es rehén de sus captores si tiene bajo su control la propia muerte».

Nos espera un otoño apocalíptico para la economía y de la misma manera que hay que proteger la salud, habrá que hacer de tripas corazón y enfrentar esta situación con confianza.

El ‘Índice del Miedo’ al Covid-19 analiza qué proporción de noticias y artículos incluyen el término «miedo», y las gestoras de fondos calibran el grado de pesimismo hacia la pandemia para decidir apostar por nuestro mundo.

Pedro consiguió caminar sobre las aguas turbulentas hasta que el miedo lo hundió. El peligro habita en nuestra mente y la salud física y mental se está viendo gravemente perjudicada por el estado de pánico que, encima, nos infunden, encantados de explotarlo, quienes nos gobiernan.

El miedo se contrapone al amor, no al valor, y por ello resulta sencillo convertirlo en odio. Ya decía Antígona que hemos venido a compartir aquel y no este.

El miedo envejece, resta luminosidad a la piel, invita a que se nos aproxime aquello que desearíamos alejar y destruye las defensas que han de salvarnos si un día debemos batirnos con el perro de tres cabezas. Todo cuanto realmente deseamos, está más allá del miedo.

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