Miguel Gil Moreno, el mejor reportero de guerra anhelante de ese algo más

Valiente. Por cuna, Miguel hubiese podido tener una vida fácil, pero ese Quijote moderno eligió enfrentarse a los molinos creyéndolos gigantes. Un héroe, quizás, pero complejo, contradictorio y sorprendente. 

24 febrero 2018 11:23 | Actualizado a 02 marzo 2018 20:06
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Las guerras se olvidan muy fácilmente. Si les hablo de Sarajevo o Grozny les va a sonar a algo viejo, casposo. Como esas fotos que se olvidan en el fondo de un cajón y nadie echa de menos. Si les hablo de Miguel Gil Moreno, pocos sabrán a quién me refiero. Quizás –espero- más de los que imagino saben de quién les hablo. Para definirlo me baso en lo que sus colegas de aventuras me cuentan: el periodista frágil, valiente y quijotesco. El verdadero periodista de guerra, anhelante de ese algo más, ese algo que incluso sus colegas desconocían. 

Miguel Gil Moreno, periodista reportero de guerra, nació en Tarragona en 1967 y su familia está vinculada al Monasterio de Poblet desde hace más de un siglo. Por cuna, Miguel hubiese podido tener una vida fácil, pero ese Quijote moderno eligió enfrentarse a los molinos creyéndolos gigantes. Un héroe, quizás, pero un héroe complejo, contradictorio y sorprendente. 

La verdad sólo se puede explicar cuando se está en ese punto de locura y honestidad

Los parajes de Poblet no seré yo quien los alabe. Los conocen bien. Estamos aquí junto a un viejo compañero de Miguel. Me cuenta sin cesar las anécdotas de este periodista raro. Juntos cubrieron la guerra de Chechenia. Sí, esa guerra de hace mil años. Michel Peyrard acompañó a Miguel en los días más duros de la ofensiva rusa en la capital chechena. Con ojos vidriosos me cuenta como una noche, agotados y exhaustos acompañan a la última columna que consiguen salir de la ciudad. Una columna con heridos y mujeres y tres periodistas –uno de ellos Miguel- que abandonan Grozny bajo el fuego infernal de los morteros rusos.  

Consiguen salir del infierno como espectros. Están una de las montañas que encierran la capital chechena, está nevando, las temperaturas son de muchos grados bajo cero y las fuerzas, tras un mes sitiados en Grozny, sin comida, sin calefacción y sin apenas esperanza, los tienen al borde del abismo. Según cuenta su amigo, esa noche, Miguel está al límite. Cargado con más de cien cintas de grabación, decide dejarse ir en la noche del Caúcaso. Sus colegas periodistas, Michel y Laurent van der Stockt, deciden cargar con él, para ello más de cincuenta cintas de televisión serán abandonadas en esa montaña. Es difícil imaginar esas imágenes de desesperación y miedo. El periodismo, según decía Robert Capa, es una cuestión de distancia: cuando no es bueno es porque no se está suficientemente cerca de la acción. Digamos que Miguel fue el mejor alumno de Capa. Miguel siempre estaba encima de la acción, delante de ella. Entre los reporteros de guerra de Bosnia, Chechenia, Kosovo, Sierra Leona, era conocida la frase: «si ves a Miguel, retrocede, estás demasiado cerca de la línea de fuego». 

Mientras cualquier reportero de guerra es reconocido a su muerte, él era ya una leyenda de vivo

Ese era Miguel, el que jugaba con la muerte para contar la verdad. Porque la verdad sólo se puede explicar cuando se está en ese límite, en ese punto de honestidad y locura. El reportero de guerra es un personaje quijotesco, quizás absurdo, pero siempre, siempre es verdad. 

Mientras cualquier otro reportero de guerra es reconocido a su muerte, Miguel Gil Moreno, era ya una leyenda ya de vivo. Como Don Quijote nunca quiso aceptar que los molinos fuesen molinos. Miguel siempre supo que eran gigantes

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